La comunidad, guardiana ante los riesgos de desastre en el Valle de Aburrá

En cuestión de seis años se ha consolidado el Sistema de Alertas Tempranas Comunitario, al pasar de una alarma que pidió una comunidad a 26 grupos en todo el Valle de Aburrá.

En 2015, varios miembros del sector de Santa Rita, en el corregimiento San Antonio de Prado de Medellín, solicitaron a las autoridades, a través del presupuesto participativo, la instalación de una alarma que reaccionara en caso de que la quebrada se desbordara.

Era la culminación de un proceso que iniciaron de manera autónoma. En una roca, al borde de ese afluente de agua, habían pintado distintas rayas que marcaban su nivel. Si el agua se convertía en un peligro, entonces ellos hacían ruido. Utilizaban pitos, ollas y otros elementos para alertar a los vecinos del sector y avisarles que evacuaran.

La alarma, que les fue entregada, fue el inicio de un programa que en la actualidad sirve para la prevención de riesgos en los 10 municipios del Valle de Aburrá: el Sistema de Alertas Tempranas Comunitario, programa liderado por el Siata, el Sistema de Alertas Tempranas de Medellín y el Área Metropolitana del Valle de Aburrá.

El papel de las personas en las alertas

Sistema de Alertas Tempranas Comunitario
El Sistema de Alertas Tempranas Comunitario permite monitorear los afluentes de agua y las lluvias de manera conjunta entre el Siata y los habitantes de determinadas zonas del Valle de Aburrá. / FOTO: Siata

“Todo lo que hacemos es en función de la ciudadanía y del territorio”, dice Olga Ramírez, líder del equipo social del Siata, que se encarga del proceso de las alertas comunitarias.

“Lo que nosotras hacemos en el equipo es trabajar directamente con las comunidades que lo han solicitado. Finalmente, todo el desarrollo y la tecnología que se despliegan en el territorio si no se leen, no tienen sentido”.

La comunidad, explica Ramírez, se encarga de dos asuntos en concreto: los sensores de niveles de agua y los pluviómetros, unos instrumentos que sirven para la medición de las lluvias. Cuando los niveles crecen, los voceros de la comunidad se encargan de llamar a los enlaces del Área Metropolitana, que hacen parte del equipo operacional del Siata, quienes activan las alarmas para que iniciar la evacuación.

También es un trabajo de doble línea. Los funcionarios, a través de aplicativos móviles, verifican los niveles de agua. Para confirmar si las lecturas son acertadas o si se requiere activar las alarmas, llaman a los habitantes del sector en cuestión para que, observando la quebrada, les den su opinión de primera mano.

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“Ha sido un proceso muy exitoso, porque tenemos en cuenta a la comunidad para todo, nunca les queremos pasar por encima. Incluso el diseño de la metodología es de corte constructivista para trabajar con ellos. Siempre consideramos el conocimiento que tienen, porque son ellos los que viven ahí, los que saben cómo es el cambio de la quebrada, el olor, el color. Y todo eso nos sirve a nosotros para articularlo con nuestra tecnología”, explica Ramírez.

Así se preparan

Sistema de Alertas Tempranas Comunitario
Son las mismas comunidades las que solicitan al Siata que instalen la alarma en su barrio, según las necesidades que ellos mismos identifican para la gestión de riesgos. / FOTO: Siata

En Bello, al norte del Valle de Aburrá, en el sector El Cafetal, se encuentra la quebrada La Loca, donde hay personas que pertenecen al sistema de alertas. En 2021, cuenta Ramírez, la alarma fue activada en nueve ocasiones por desbordamiento. “Esa comunidad se mantiene muy atenta y ellos saben qué hacer”.

Algo similar ocurre en Sabaneta, en el sur del Valle, en el sector Calle Larga, donde se encuentra la quebrada La Sabanetica.

La preparación de la comunidad para que llegue hasta este punto, sigue un proceso de educación que se divide en cuatro etapas. La primera de ellas es la de identificación, en la que se gestiona una cita entre el equipo social y la comunidad para hacer un recorrido en el sector afectado. “Nos cuentan los riesgos y lo que ha pasado” para pasar a la segunda fase: los talleres.

Con las personas interesadas se realizan ocho talleres, cada uno de, aproximadamente, una hora y 20 minutos. En estos se identifica “el compromiso de la gente que realmente está interesada”, explica Ramírez. Si existe el interés, se instalan las alarmas.

La última fase es la de seguimiento y monitoreo, que es constante y depende de las situaciones que se presenten en cada sector.

A la final, señala Ramírez, se trata de un trabajo en el que se ha generado conciencia sobre la importancia del autocuidado y de la protección del territorio que se habita. Pero que también ha logrado “empoderar como líderes a personas que no estaban catalogadas así, pero que ahora la comunidad los reconoce como tal. Y, como dicen las Naciones Unidas, nada de esto se puede conseguir si no hay participación comunitaria”.

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