El 28 de junio de 1982 se realizó la primera marcha del orgullo gay en Colombia, liderada por Manuel Velandia y León Zuleta. Fernando Alviar estuvo allí, y más que una manifestación política, la recuerda como una manifestación de afecto.
La marcha salió desde la Plaza de Toros La Santamaría, sobre la carrera sexta con calle 26 y su recorrido no fue muy largo. Llegó solamente hasta la Plaza de las Nieves en la calle 20 entre las carreas séptima y octava. Había más policías que manifestantes, que no pasaban de 25, pocas pancartas e iban todos vestidos en ropa del día a día: “Camisa y suéter para el frío de Bogotá”, cuenta Fernando.
Aun así, y aunque a primera vista no pareciera emocionante, ese día, el 28 de junio de 1982, y esa pequeña marcha marcaron la historia del movimiento gay y posterior movimiento LGBTIQ + en Colombia. Era la primera vez que había una manifestación de esa clase.
“La policía y todo el mundo estaba estupefacto porque esa marcha era algo muy raro, una marcha de ‘maricas’ era una cosa muy extraña” dice Fernando, riendo. “Pero no recuerdo que hubiera ni una sola reacción violenta u ofensiva”.
Una vez llegó la marcha a su destino y después del gran discurso que dio León Zuleta, a quien Fernando describe como bello, encantador y con una fuerza vital imparable que lo llevó a convertirse en líder incluso sin querer serlo, en medio de la emoción Alviar se lanzó a dar unas palabras, “pero se me enredó la lengua, porque me puse muy nervioso y lo recuerdo muy bien porque me dio mucha vergüenza” cuenta riendo.
En ese momento existían dos grupos de activismo homosexual en Colombia: el Grupo de Encuentro y Liberación Gay (Gelg), en Bogotá, liderado por Manuel Velandia, y el Grupo de Estudios de la Cuestión Homosexual (Greco) en Medellín, liderado por León Zuleta.
Ese último, recuerda Fernando, surgió más como un grupo de amigos que se reunían a charlar y estudiar temas relativos a la homosexualidad, que como grupo activista.
Y agrega: “En las primeras reuniones León estaba invitando los amigos a charlar a ver qué podíamos hacer”.
De a poco, sin embargo, comenzó a volverse algo rutinario y a darse una dinámica de lecturas, estudios, discusiones, debates y así se constituyó el Greco, que después comenzó a ser muy cercano del Gelg. Comenzaron a trabajar de manera articulada, fueron varias veces a Bogotá y así “nació una relación bella entre ambos grupos y en ese contexto surge la idea de hacer la marcha en Bogotá”.
Fernando recuerda que para esos días habían organizado un encuentro latinoamericano en Bogotá al que estaban invitados representantes del movimiento de otros países para intercambiar conocimientos y experiencias. Eso, sin embargo, no pasó, pues, por costos, ningún internacional pudo asistir.
Aun así, recuerda que en los medios se hablaba «de una marcha toda inflada», como si se hubiera realizado un encuentro gay latinoamericano de gran magnitud. En su memoria todavía está la transmisión de radio en la que el reportero hablaba de un encuentro internacional gay al que habían asistido personas de México, Argentina, Perú. «Pero eso nunca pasó».
Fue, entonces, una marcha pequeña pero muy mediática, tanto que Fernando recuerda la llamada que le hizo su mamá esa misma tarde a decirle que lo había visto en televisión.
Una marcha política desde el afecto
Fernando dice que tiene muy mala memoria y que por eso no recuerda las arengas que cantaban, pero sí recuerda cantarlas. Lo que no se le olvida son los grafitis que por esa época comenzaron a inundar las calles de Medellín, «no con los mensajes ya estereotipados de los partidos de izquierda, que estaban muy trillados, sino mensajes nuevos. Eso era bellísimo porque inmediatamente provocaban reflexiones”.
Uno de ellos decía: ‘Cuál es el papel de la lengua en la cama’ “¡en una pared en Medellín! Eran ese tipo de cosas que aludían al deseo, al papel del cuerpo, a otras dimensiones de lo político, que por esa época ya estaban muy vivas”.
Pero más que esos provocadores mensajes que inundaron su ciudad y que le llamaban tanto la atención, lo que más le gustaba del movimiento y lo que más recuerda de la marcha fue la “enorme red de afectos y de solidaridad que se desarrolló entre verdaderos amigos, tanto en Bogotá como en Medellín”.
Detrás de todo discurso político, de toda arenga y de toda manifestación, dice Fernando, lo que había era mucho afecto: “Muchas ganas de amarnos, era una época muy bonita, yo siento y recuerdo esa marcha y eso como un gran cuadro de amistad, más que como una cosa politizada, como quizás sí es hoy”.
Confiesa, incluso, que le sorprende y lo pone nostálgico el hecho de que hoy en Bogotá haya varias marchas en vez de una sola.
“Estábamos muy emocionados, era una cosa muy bonita, muy bacana, había mucho entusiasmo y mucha ‘pluma’. Era esa intención de desafiar, de mostrarle a la sociedad que acá estamos, estamos mariquiando y qué felicidad ‘mariquiar’, qué dicha”.
Y agrega: “Por eso veníamos los de Medellín, porque veníamos a donde los amigos, no era la reunión del comité central de yo no sé qué, no, no era eso, teníamos una impronta muy diferente”.
Aun así, reconoce que hace unos años, en el 2017 tal vez, coincidió la fecha de la marcha con una visita que hizo a Bogotá con su compañero sentimental. Fueron al Parque Nacional, donde comenzaba la marcha y le sorprendió tanto la cantidad de gente que vio, que no pudo contener las lágrimas de emoción.
“Yo he ido a la marcha de Nueva York y no es una cosa tan grande. Era tanta gente que era difícil moverse y es algo tan artístico y al mismo tiempo político, tan vital, con grupos barriales, grupos de danza, apuestas muy bonitas. En un momento en la Jiménez la marcha se detuvo y yo miraba para atrás y eran ríos de gente y me conmovió tanto ver eso, en contraste con los poquitos que éramos en la primera, que me puse a llorar”.
La fuerza del afecto, de la alegría y “de las fuerzas vitales”
Esa multitudinaria asistencia a la marcha demuestra, dice Fernando, las múltiples conquistas que ha obtenido, con años y años de lucha, el movimiento LGBTIQ +.
“Eso es prueba de que hemos evolucionado, tenemos conquistas, fuerzas que se manifiestan en la calle y eso está muy bien. Además que hay ya muchas actividades en donde la comunidad está presente, haciendo reivindicaciones políticas y jugando un papel muy activo en la sociedad”.
Sin embargo, a pesar de todo ello, Fernando afirma que “lamentablemente todavía hay muchachos y viejos muy mortificados por ser ‘maricas’, lo cual es indicio de que son muchos los fantasmas y las amenazas que todavía se ciernen sobre muchas personas”, cosa que atribuye a aquellos nocivos contextos familiares que todavía persisten y que perpetúan la violencia contra la comunidad LGBTIQ +.
«Me conmueve mucho escuchar casos tan horribles como el de Sergio Urrego, así como de personas de todas las edades que viven hoy todavía muy mortificadas por ser ‘maricas’. Y aunque las libertades están cada vez más garantizadas a nivel social y hay marcos legales para reclamar sus derechos con toda la firmeza, todavía hay muchas conquistas que lograr y mucho por lo que seguir luchando, porque no es fácil».
Por eso, una y otra vez insiste en aquella parte “fundamental del espíritu de la época”: la fuerza del afecto, de la alegría, de la reivindicación de las fuerzas vitales. Ese, dice, es el camino para que esos chicos y esos viejos que todavía se sienten mortificados por su orientación sexual o identidad de género, comiencen a amarse, a ser expansivos, “porque eso era por lo que luchábamos en esa época: por expandirnos, manifestarnos, querernos, vivir tranquilos y ser lo más felices posible”.
Solo a través de la fuerza del afecto podrán esas personas darle la cara a la vida con la mayor alegría, sin sombras. “Eso es lo más importante, más allá de todas las políticas y demás, aunque reconociendo, claro, que eso es político”.