Un grupo de estudiantes vallecaucanos de la Institución Educativa Antonio José de Sucre trabajan en proyectos agroindustriales para tecnificar el campo con emprendimientos.
Hace algunos meses en el corregimiento de La Fresneda, en Vijes, Valle del Cauca, las frutas eran como una señalización más en las calles: dependiendo de cuáles se vieran y en qué cantidad, se podía determinar la capacidad de producción de cierta finca y la temporada de cosecha en la que se encontraba la zona.
Gran parte de esas fincas son los lugares de trabajo de los familiares de los estudiantes de la Institución Educativa Antonio José de Sucre. En esa institución, el enfoque agroindustrial les ha permitido a los jóvenes desarrollar proyectos con los que buscan tecnificar el campo a través de emprendimientos.
Como Vijes es una zona rica en cultivos de piña, zanahoria, maracuyá, mango y guayaba, entre otras, los mismos campesinos reconocen la importancia de los emprendimientos de sus familiares que asisten a la institución. Aunque ellos laboren con la materia prima, con el tiempo han comprendido que “saber transformarla genera un valor agregado en el mercado que representa una fuente de ingresos adicional”, comenta Celina Santos, rectora de la Institución desde hace 12 años.
En el campo es común que muchos alimentos se pierdan por el alza en los precios o la dificultad para sacarlos de la zona. Los estudiantes identificaron esa problemática y propusieron comprarle la fruta a los campesinos, transformarla en ‘bolis’ (bebidas congeladas en forma cilíndrica) y luego comercializarlo con la misma comunidad
Según la Encuesta de Cultura Política, realizada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (Dane), en 2019 el 31,8 % de la población de 18 años y más en el país se identificaba como campesina. De esa población, el porcentaje de nivel educativo más alto alcanzado lo obtuvo la educación media: el 46 % de los encuestados entre los 18 y 25 años llegó hasta este nivel educativo, así como el 32 % de las personas de 26 a 40 años.
Según Celina Santos, rectora de la Institución desde hace 12 años, en La Fresneda trabajan para lograr que esas cifras aumenten y cada vez sean más los estudiantes que se interesen por acceder a una educación superior para luego «devolverle los saberes adquiridos allí a la tierra que los vio crecer».
Hoy en día, varios de esos emprendimientos les permiten poner en práctica lo aprendido en sus asignaturas escolares y en las técnicas, las cuales reciben estudiantes a partir de los grados 10° y 11°, en un convenio con el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena). La transformación de las frutas de la región en bolis bajo el nombre de Antojos fue el resultado de uno de esos proyectos.
Vivy López, docente zootecnista que hace siete años lidera los proyectos en la institución, comenta que además de los bolis, en cada promoción de estudiantes se ha desarrollado un emprendimiento ligado a la agroindustria. «La idea de comenzar estos trabajos se da en 2016 con la materialización de un proyecto del Programa Ondas, vinculado a la Universidad del Valle«, explica. Esa misma universidad, el año pasado, les donó la máquina selladora con la que hoy cierran los bolis.
Esta receptividad a los conocimientos técnicos y la dedicación de los jóvenes por darle continuidad al trabajo de sus padres, ha permitido que la institución sostenga su enfoque agroindustrial y agropecuario en el tiempo. De hecho, según comenta Vivy, con esto han creado «una cadena de producción y consumo entre la comunidad estudiantil y la comunidad campesina de La Fresneda».
Un ejemplo de ello es que desde que la Gobernación de Valle del Cauca entregó una planta de potabilización de agua hace unos meses, la comunidad interactúa en mayor medida con la institución, ya que el recurso hídrico fue puesto a disposición de cualquier habitante de La Fresneda que lo necesitase.
Además, explica Vivy, representó una disminución del 50 % del costo total de producción de los bolis, dinero que los estudiantes pueden invertir comprando mayor cantidad de fruta.
Pero en el colegio no solo se hacen bolis. Cada generación de egresado ha gestado sus propios emprendimientos: tamales de maní, mermeladas, panes de sábila y helados de aguacate, entre otros. El entusiasmo de los jóvenes es tal que, según comentan las docentes, son ellos mismos quienes se interesan por conocer qué carreras relacionadas con el campo pueden estudiar para contribuir a su comunidad. También son ellos los que proponen ir a comercializar los productos en ferias locales y en las plazas que hacen los campesinos los fines de semana.
Todo lo que ocurre en la sala de procesos, el lugar donde las teorías sobre pasteurización y mezcla de ingredientes se materializan, permite que la educación recibida por la comunidad estudiantil sea distinta a la que recibirían en una institución sin este enfoque de desarrollo rural.
«Nuestro contexto es diferente, pero eso no implica que no pueda ser utilizado a nuestro favor. De hecho, con estas clases prácticas lo que buscamos es disminuir la cantidad de jóvenes que se desplazan del campo a las ciudades y no vuelven«, explica Vivy. Para ella, sí existe una diferencia de apropiación con el territorio entre una persona que conoce cuál es el proceso para obtener, por ejemplo, el queso que se consume en la ciudad y la que no.
De hecho, en la Institución Educativa Antonio José de Sucre trabajan en la creación de la Asociación de Futuros Agricultores, una organización que, según esperan, esté integrada tanto por los campesinos como por estudiantes que posean conocimientos teóricos. De esta forma, según Vivy, «el intercambio de saberes generacionales enriquecerá el campo. Sin campo no hay ciudad«.