Aurea cree en el arte como la mejor herramienta para reconstruir y recuperar el patrimonio histórico y cultural de San Andrés. Es la autora de 'una panorámica’ a modo de mural donde retrata las transformaciones que ha vivido la isla en 500 años. También inmortalizó, con sus plumillas, las tradicionales casas de madera que desaparecieron con el tiempo.
Publicada el 26/01/2023
Aurea Oliveira Santos se define a sí misma como: «Una artista brasilera-isleño-cartagenizada que se dedica a reconstruir el patrimonio histórico y cultural de los territorios que habita por medio del arte”.
Nació en Brasil, pero vive en Colombia hace más de 40 años. Un amor que conoció en Bogotá la arrastró hasta la isla, donde decidió radicarse y comenzar a subsistir como cualquier otro raizal: construyendo con palmas la choza que habitaría y comiendo lo que pescaba y sembraba. Llegó a San Andrés después de vivir en Venezuela, Austria y también la ciudad de Cartagena. Dice que, desde el inicio, sintió su ADN fusionarse con la comunidad isleña, pues, por sus antepasados, ya estaba muy familiarizada con las mezclas culturales: su abuela era afro y su abuelo siciliano.
Desde pequeña, Aurea supo que tenía un talento especial para todo lo relacionado con el arte. Ha trabajado como artista plástica, artesana, muralista, curadora y gestora cultural. Ademas, es la autora de una línea de tiempo de 8 metros de largo que abarca los más de 700 años de historia del Archipiélago, desde 1300, retratando la vida de los primeros pobladores indígenas, hasta llegar a la devastación por el paso del huracán Iota en 2020. Estuvo ‘empapándose’ de información para su diseño durante casi 40 años, y logró concretarlo, finalmente, entre 2012 y 2017.
Su importancia para la conservación de la memoria cultural de la isla es tal que, en diciembre de 2022, su obra fue agregada a la Colección de Arte del Banco de la República y será expuesta en el Museo Miguel Urrutia, lo cual significa que compartirá espacio con otros grandes artistas como Fernando Botero y Alejandro Obregón. “Me siento honrada y feliz pues, aunque no soy historiadora, desde mi imaginación artística y las artes visuales he logrado dejar mi aporte a Colombia y a estas comunidades”, dice la mujer de 69 años.
La brillantez y creatividad de Aurea se refleja en la minuciosidad con la que construye sus obras, pero también en su capacidad para memorizar la historia de la isla como si tratara de su propia vida.
Explica que su obra, “Línea de tiempo. Nuestra imagen histórica: reimaginando el pasado de Naguasá a North End”, puede llegar a convertirse en una herramienta educativa de alto valor para las generaciones futuras y, además, para los turistas que visitan la isla pues «aunque haya edificios modernos, el verdadero turismo del futuro es el que cuenta historias”. Su obra permite, por ejemplo, conocer cuáles fueron los fenómenos socioeconómicos que provocaron que esta isla, anteriormente dominada por una cultura rural, pasara a convertirse en uno de los principales destinos turísticos del Colombia y el Caribe.
Recorrer su mural con la mirada es como embarcarse en una goleta al pasado, cuando aún no existía el aeropuerto, los grandes hoteles ni tampoco las casas de cemento.
“Muchas personas desconocen que San Andrés, Providencia y Santa Catalina no son los nombres originales de las islas. Y tampoco saben que los primeros pobladores fueron indígenas de Centroamérica”, comenta.
"La historia en San Andrés comenzó a escribirse antes de la llegada de los puritanos desde Inglaterra"
El archipiélago, antes de que los protestantes puritanos ingleses llegaran en el barco SeaFlower alrededor de 1628 buscando un lugar tranquilo para desarrollar su proyecto de total santidad espiritual y moral –lejos de las guerras y persecuciones europeas-, las tres islas funcionaban como el lugar donde los indígenas misquitos (la etnia de las costas de Nicaragua y Honduras que se fusionaron con los pueblos esclavizados africanos y europeos dando lugar al crisol de la étnia Raizal) llegaban a provisionarse de tortugas y a pescar. De a poco se fueron mezclando con los colonizadores europeos y africanos. “Son comunidades étnicas divididas entre estados naciones con historias culturales entrelazadas”, explica Aurea.
De hecho, en el año 2000, la UNESCO le otorgó a la isla el título de Reserva de la Biósfera SEAFLOWER (la más grande del mundo con 180.000 kilómetros). El nombre SEAFLOWER se le dio en honor a estos puritanos.
Tiempo después, los mismos ingleses llevaron a esclavos africanos a las islas, pues necesitaban mano de obra para las plantaciones de algodón. La artista también aprovecha para reprochar que, al intentar rastrear el pasado de la isla, aparece mucha información descontextualizada en internet. Eso ha provocado, según ella, reforzar un imaginario en el que, aparentemente, la vida en el Archipiélago comenzó a partir de 1500.
Aurea también menciona que, por desgracia, la sociedad ha normalizado el hecho de comenzar a contar la historia a partir de la colonización, generando una profunda desconexión de los territorios con sus raíces.
Lo dijo Boaventura de Soussa “Descolonizar la historia entraña desidentificarse de la historia escrita por los vencedores (que es un pasado cerrado), así como reescribir la historia desde la perspectiva de los hasta ahora vencidos (el pasado-presente)”. Es decir, los nativos deben apropiarse de su cultura y pasado para poder escribir, desde su voz, relatos propios afines a su identidad. Esa ha sido, precisamente, la gran intención de Aurea a la hora de retratar la historia de Naguá, Tiguå y Ará (San Andrés, Providencia y Santa Catalina).
Con cientos de finos trazos, Aurea también inmortalizó las fachadas de los barrios del centro de la isla.
Además de los siete murales que Aurea ha pintado durante su carrera artística, también decidió retratar las fachadas de las casas del centro de San Andrés. Dice que hizo “una lectura en el tiempo” que le permitió predecir que esa arquitectura desaparecería, y fue entonces cuando se dio a la tarea de dibujar, una por una, estas tradicionales casas de arquitectura vernácula hechas con madera.
Comenzó a dibujarlas en los años 80. Las casas, cuenta, fueron mansiones de familias pudientes que con el tiempo se volvieron inquilinatos; antes de ser reemplazadas por las construcciones en cemento: “En la isla, ya uno sabe que donde se ve una casa de manera es porque vive un anciano que todavía preserva ese patrimonio arquitectónico. Se pueden contar con los dedos”, explica la artista, quien actualmente espera, con ansias, que le otorguen su nacionalidad colombiana.
Las casas de esas personas pudientes se construyeron en la época de la bonanza del coco, entre finales del siglo XlX y comienzos del XX. El coco era un producto no requería una gran cantidad de trabajo ni tierra, y se podía exportar con facilidad a Estados Unidos. La prosperidad fue tal que muchos extranjeros (estadounidenses, jamaiquinos, trinitenses, caimaneses, entre otros) decidieron asentarse en la isla. Es por eso que actualmente es tan común escuchar apellidos como Hudson, Hawkins o Fox. De hecho, gran parte de las tablas utilizadas para la construcción de la Iglesia Bautista Emmanuel, la primera iglesia bautista de Latinoamérica, fueron importadas al Archipiélago desde Alabama, Estados Unidos, a mediados de 1800.
“Es interesante porque investigando me enteré que los constructores de las casas eran los mismos carpinteros navales de las goletas en las que se transportaba el coco y también a los nativos”, agrega. Una de las más famosas goletas colombianas, la Resolute, fue hundida por los alemanes a cañonazos en aguas provincianas durante la Segunda Guerra Mundial.
Aurea logró dibujar, en total, diez casas. Hace años, el columnista Arturo Guerrero dijo que ella “registraba las casas isleñas con detalle de relojera”. Sus dibujos son copias idénticas que hoy permiten conocer cómo lucía la isla hace años. “Con mi trabajo quiero dejar un testimonio gráfico del San Andrés que yo conocí. Soy una artista que responde al territorio y pone su arte a disposición de la comunidad para la recuperación de la memoria histórica”, agrega.
Aunque siente satisfacción al saber que la línea de tiempo será expuesta en un museo tan importante, dice que otros territorios también siguen necesitando la suya propia, pues cada uno ha saltado de la época colonial a la republicana, y luego a las democracias actuales, sin terminar de digerir los fenómenos políticos, sociales y económicos que se dieron en cada una.
Sus siete murales, curiosamente, son horizontales. Dice que escogió ese formato inspirada en el horizonte: «Cuando se vive en una isla oceánica, el horizonte parece infinito, igual que la cantidad de historias que pueden ser contadas en un mismo mural», concluye.