En la Orinoquía, la comunidad crea reservas naturales para alcanzar el equilibrio entre productividad y conservación

La sociedad civil de la región se organizó para crear reservas naturales privadas, que hoy abarcan más de 200 mil hectáreas. Han sido clave para proteger ecosistemas y corredores biológicos; y para promover modelos de producción ganadera sostenible.

Desde hace más dos décadas, las reservas naturales de la sociedad civil en la Orinoquía son una herramienta clave para equilibrar la producción agropecuaria y la conservación en una de las regiones con mayor riqueza hídrica y de biodiversidad en Colombia. 

Aunque la ganadería tradicional se asentó durante siglos sobre la oferta natural de sabanas y humedales con baja intervención del territorio, en realidad, la creciente presión de cultivos intensivos, el alza en el valor de la tierra y la expansión de la frontera agropecuaria fueron los factores que llevaron a los productores a buscar, en palabras de Lourdes Peñuela, directora de la Fundación Horizonte Verde, “cómo ser más competitivos sin sacrificar la cobertura de sabana ni la funcionalidad socioecosistémica”.

Como respuesta, las fincas ganaderas comenzaron a organizarse como reservas hacia 1994, un «cambio de chip» que implicó comenzar a implementar modelos de trabajo que permitieran tener una producción más sostenible y que fomentaran el monitoreo comunitario y la consolidación de corredores biológicos. 

La Fundación Horizonte Verde en Villavicencio (Meta) y otros miembros fundadores de la Asociación Red Colombiana de Reservas Naturales de la Sociedad Civil (Resnatur), promovieron la figura de la reserva privada como “una decisión voluntaria de propietarios de tierra que ofrece seguridad legal a largo plazo”, explica Peñuela.

Hoy, gracias a su apuesta, en el territorio existen más de 200 reservas privadas que cubren más de 200 mil hectáreas: una figura esencial a la hora de proteger los corredores de 156 ecosistemas y salvaguardar el hábitat de 23.487 especies, que representan el 29 % de la biodiversidad nacional. Todo esto sin depender exclusivamente de las áreas protegidas estatales, las cuales son escasas en el territorio.

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De acuerdo con el Reporte BIO Orinoquía del Instituto Humboldt, buena parte de estas reservas son fincas ganaderas que desarrollan su actividad productiva interviniendo el paisaje. Sin embargo, en la mayoría de los casos, con mínimas transformaciones de las coberturas vegetales, pues se encargan de generar sinergias con la biodiversidad.

“Hay predios que no están interesados en constituirse bajo una figura de conservación, pero sí en que su finca sea más sostenible. Entonces nosotros llegamos a asesorar áreas específicas para que implementen estrategias de producción-conservación más efectivas. Nuestro norte es que conservamos para producir más, mejor y de forma sostenible«, comenta Peñuela.

Uno de los casos más destacados en los que han trabajado es el de la sabana inundable de la Orinoquía, que abarca cinco millones de hectáreas ubicadas entre Arauca y Casanare, agrupando casi el 90 % de este ecosistema en el país. 

Ese lugar ha sido el escenario de un proyecto de quince años en el que, por fases, la Fundación Horizonte Verde y aliados estudiaron y diseñaron “un modelo sui generis único en Colombia que demuestra cómo la ganadería de razas como el Sanmartinero y el Casanare favorecen los proyectos de conservación”, puntualiza la directora.

Según Peñuela, a través de inventarios de biodiversidad e investigaciones científicas entre la academia y la comunidad, construyeron propuestas y modelos que permiten ser más competitivos sin sacrificar la cobertura de sabana ni la funcionalidad socioecosistémica del paisaje. Esa experiencia es llevada a universidades, para que los estudiantes de carreras relacionadas tengan información actual sobre lo que hacen campesinos e investigadores en los territorios.

Buena parte de las reservas naturales de la sociedad civil registradas en la Orinoquía son fincas ganaderas que han encontrado en la sabana inundable una oportunidad para implementar estrategias y demostrar que sí puede existir una ganadería que contribuye a la conservación. | Foto: Cortesía - Horizonte Verde

En ese proceso, la fundación incorporó objetivos de reducción de emisiones de CO2 y estableció criterios para que cada práctica implementada pueda validar, en campo, su aporte tanto a la productividad como a la conservación del paisaje.

“Los españoles trajeron la ganadería hace más de 500 años y se instaló en la región con la oferta natural de la sabana inundable, conviviendo con todas las especies que ahí vivían. La ganadería en la Orinoquía ha sido de cría, de ahí salen los ganados para cebarse en otras zonas del país (…) Hoy en día tenemos un reto: ¿Cómo valorar más esas sabanas con un sistema que favorece la conservación de esas coberturas naturales, pero mejorando los indicadores productivos?”.

De acuerdo con Peñuela, estas estrategias de conservación se caracterizan por ser modelos productivos amigables, pues entienden la dinámica hidrológica, manejan una baja carga animal por hectárea, respetan la movilidad de los animales en el territorio y no se basan en altos insumos químicos. 

«La implementación de modelos productivos sin considerar el capital natural y la gestión de la biodiversidad ha fracasado. Los modelos productivos no pueden estar basados en la transformación; la base no puede ser que tiene que cambiar todas la condiciones naturaleza con altos niveles de químicos», agrega.

De acuerdo con Peñuela, los esfuerzos voluntarios de la sociedad civil están supliendo los vacíos de conservación que prevalecen alrededor de las figuras de reserva que hay en lo público. | Foto: Cortesía - Horizonte Verde

Su implementación es sumamente importante teniendo en cuenta que la región ha sido priorizada por los últimos gobiernos como una de las despensas alimentarias del país. En consecuencia, los paisajes de sabana inundable y de altillanura se han transformado en superficies de uso agropecuario, y se espera que esta tendencia se intensifique para 2030: “Este panorama plantea el reto de generar soluciones que incrementen la resiliencia bajo formas de intensificación ecológicas y otras que logren una mayor adaptabilidad de los sistemas productivos”, menciona el reporte. 

“En la Orinoquia hay muy pocas figuras de conservación desde lo público. Hay un gran vacío en estas áreas de sabanas, y las reservas han venido haciendo representatividad. Contamos, por ejemplo, con bancos de hábitat para animales y más de diez Áreas de Importancia para la Conservación de las Aves. Digamos que han venido supliendo esos esfuerzos de conservación que a veces desde lo público no se da porque es más complicado”, concluye Lourdes.

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