A través de dos emprendimientos de artesanías y salsas los indígenas tucanos del resguardo La Asunción, en Guaviare, encontraron nuevas herramientas para mejorar la calidad de vida de sus 145 habitantes.
Para llegar al resguardo indígena La Asunción se deben atravesar caminos angostos y curvilíneos desde el municipio El Retorno, Guaviare, por alrededor de 30 minutos. Lo primero que llama la atención es la cantidad de verde que pinta el paisaje. También el color rojizo que adquieren las carreteras, producto del lodo que abunda durante esta época del año, cuando las precipitaciones comienzan a despedir la época veraniega.
Por esos mismos senderos, en 1962, llegaron las primeras familias al resguardo, caminando, así como muchos pobladores que se desplazaron desde San José del Guaviare hacia El Retorno, cuando era un pequeño campamento de campesinos.
Guaviare solo tiene 4 municipios, pero es suficiente para que su superficie tenga la misma extensión que Costa Rica. Además, en su territorio hay de más de 30 asentamientos indígenas. Dos de esos grupos son los jiw y los nukak, una de las pocas etnias nómadas que quedan en el mundo.
Sin embargo, esta vez nuestro camino nos lleva hacia otra comunidad: los tucanos.
En el trayecto, a lado y lado del camino se divisan cientos de palmas de asaí y de cumare. Con estas últimas, los indígenas tucanos fabrican sus artesanías.
Es bien conocido que en Guaviare la ganadería extensiva es una de las principales actividades económicas y, por ende, también termina siendo responsable de buena parte de la deforestación del territorio, al igual que la siembra de cultivos ilícitos.
Los indígenas tucanos lo saben, por eso no la contemplan como una opción de vida; ellos prefieren dedicarse a la caza y la agricultura. Sus ingresos provienen de otras fuentes: comercialización de los productos que cultivan en sus chagras (yuca, chontaduro, plátano, ají), mano de obra auxiliar en las fincas aledañas, trabajos en el casco urbano y emprendimientos, una actividad hasta ahora explorada por la comunidad.
Una vez en el resguardo, un grupo de mujeres con camisas blancas y canastos en sus manos nos dan la bienvenida. Irena Vasconcelo Caicedo es la primera en tomar la palabra. Tiene 56 años; es la capitana del resguardo desde hace seis. Nació en Brasil, pero llegó a esta región del país cuando tenía cinco años. Estudió en San José de Guaviare hasta quinto de primaria.
Según cuenta, su período es la mayor cantidad de tiempo que una mujer ha ocupado este cargo desde la creación del resguardo, a través de la resolución número 03 del 16 de diciembre de 1996, decretada por el Ministerio del Interior y de Justicia. Con ese decreto le asignaron 702 hectáreas fuera del casco urbano a esta comunidad.
Según el Departamento Nacional de Estadística -DANE-, hasta 2018, el 44,8 % de la población indígena de Guaviare se encontraba dentro de los resguardos.
Irena asumió la capitanía del resguardo en 2016. Aunque llegó al lugar con la intención de cuidar a su padre, su voluntad y templanza la llevo a que, tiempo después, la comunidad la postulara para dicho cargo. Eso, para ella, demuestra cómo se van desplazando ideales machistas; ya no importa el género, sino los proyectos que se logre impulsar.
“Yo pensé que no iba a ganar, pero mi trabajo como coordinadora de las mujeres de la comunidad comenzó a ser muy notable. Eso me destacó entre mis compañeros”, cuenta la capitana desde una maloca donde actualmente se reúnen para debatir y socializar asuntos políticos y sociales alrededor de la comunidad.
Irena no solo nos habla de sus trabajos comunitarios, también aprovecha para explicar un poco la cosmovisión de los pueblos del sur del país. Para ellos, todas las comunidades de esta región llegaron en una anaconda ancestral que penetró por el río Negro y el Vaupés.
Los ríos simbolizan el cuerpo de esa anaconda. Así, dependiendo quien esté en lo alto o bajo del mismo, se sabe si el clan indígena está en la cabeza, el cuerpo o la cola. Eso les otorga cierta posición jerárquica. Los clanes que están en lo más bajo del río, por ejemplo, viven en condiciones más favorables; eso los convierte en jefes, o en la ‘cabeza de la anaconda’.
En la comunidad hay dos malocas, pero una de ellas es más ‘tradicional’. Su estructura resalta en el lugar por su tamaño, color y los materiales empleados: madera para las paredes y hoja de palma para el techo. Irena me cuenta que fue construida hace un año, con el apoyo de sabedores indígenas locales y del Vaupés.
Allí se reúnen, principalmente, para intercambiar conocimiento entre generaciones, realizar muestras artísticas y ritos ceremoniales como, por ejemplo, ‘el rezo de leche’, donde los bebés son introducidos a la comunidad. O el ‘pojé’, que se le hace a los jóvenes que están a punto de iniciar su vida adulta.
Esta casa comunal es el centro de saberes que los conecta con sus creencias. Por fuera está decorada con los característicos patrones geométricos que están presentes en las culturas indígenas de esta región del país. Al frente, en la otra Maloca, también hay un par de pinturas en las columnas. Tienen un estilo muy similar a las figuras que aparecen en la Serranía de La Lindosa, con representaciones de círculos, zig zags, patrones geométricos, animales…
Irene reconoce el significado. Según me cuenta, los patrones geométricos de colores brillantes que están en la fachada de la Maloca, representan para ellos sus guardianes espirituales.
Una de las características del pueblo tucano es su exogamia lingüística. Su lengua pertenece a la familia Tucano, pero pueden casarse con personas de otra familia lingüística. Según el Fondo Mixto de Cultura Departamental, en Guaviare hay cinco familias indígenas principales: los nukak, guahibo, tukano oriental, arawak y caribe. De ellos se desprenden los demás pueblos, cada uno con su lengua y costumbres.
Irena habla también castellano, así como gran parte de las 145 personas de las 26 familias que integran el resguardo.
Tejer autonomía económica con fibras de palma de cumare
El grupo de artesanas tiene poco más de seis años, pero se constituyeron como Asociación de Autoridades Tradicionales Indígenas (Asopamurimajsa) hace dos. Usan la fibra de cumare para elaborar artesanías como cestos, llaveros, joyeros, manillas y aretes.
Actualmente, son 15 mujeres de la comunidad vinculadas a este proyecto, que recibió el apoyo de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial –PDET-, un instrumento de planificación y gestión a 15 años con el que se busca dar cumplimiento de los planes proyectados dentro del punto 1 del Acuerdo de Paz sobre la Reforma Rural Integral (RRI).
Los PDET priorizaron 170 municipios divididos en 16 subregiones. El municipio El Retorno entra en uno de los más afectados por el conflicto, dentro de la subregión Macarena-Guaviare, integrada por ocho municipios de Meta y los cuatro de Guaviare.
De hecho, esta subregión es la cuarta en cuanto a cantidad de emprendimientos con marcación de género y mujer, con un total de 324 proyectos. El primer puesto lo ocupan Alto Patía y Norte del Caguán, con 1179, según cifras de la Agencia de Renovación del Territorio.
La palma de cumare es nativa de la Amazonía y necesita crecer alrededor de 3 metros para sobrevivir. En este departamento se ve afectada por la tala de bosque para la ganadería extensiva, y su proceso de recuperación es lento.
Lo que se utiliza de la palma es el cogollo: básicamente lo que se hace es que se retira su capa exterior para obtener los hilos de la fibra. Luego se sumerge en jabón durante un día, se producen las tintas con elementos naturales como raíces y flores, entre otros, y se procede a secar los hilos y a pintarlas.
Irena Vasconcelo comenta que con la dotación de los PDETS, hace dos meses, recibieron una prensa de banco, estantería metálica, juego de cepillos, pintura acrílica, cinceles, maquina etiquetadora, tintes para tela, kits de bisutería, entre otros elementos que “facilitaron su producción y mejoraron la calidad de las artesanías”.
Ella, quien duró más de cinco años como coordinadora de la mujer en su comunidad, menciona que el lograr jalonar este apoyo ha sido uno de los aciertos más grandes como capitana. Ha notado la felicidad y el empeño en cada participante del resguardo.
Irena también logró sacar adelante otros proyectos para el bienestar de su comunidad: puentes de madera, paneles solares, la construcción de oficinas dentro del resguardo y proyectos con la Agencia Nacional de Tierras para fortalecer a los productores de chontaduro, fruto ancestral sagrado.
Las palmeras de chontaduro, que alcanzan hasta los 25 metros, bordean todo el resguardo La Asunción. Indígenas con botas entran y salen de entre los matorrales aledaños para supervisar, extraer y organizar las cosechas de este fruto ancestral. Antes, con su fermentación, los indígenas producían chicha.
El fruto también es muy común en el Pacífico: el antropólogo Víctor Mosquera Sánchez, por ejemplo, creó una cerveza artesanal con el fruto. Ada Alomia, en Buenaventura, también lo utiliza para preparar sus cheesecakes.
Los jóvenes tucanos transforman sus propios cultivos
Diagonal a la maloca, se divisa el lugar donde los jóvenes del resguardo transforman las frutas de sus cultivos en salsas y polvos.
Beatriz Padua nos cuenta que un cultivo de ají se recoge en 3 meses. Aunque es uno de los alimentos principales para sus salsas, también se emplean otras frutas, como el lulo amazónico y la piña.
“Tenemos ají ahumado en envases de 80 gramos. También tenemos la cocona en salsa, salsa de chontaduro picante, salsa dulce de piña con lulo, salsa dulce de chontaduro. Es muy variado. Logramos hacerlo a través de las máquinas que tenemos. Y también porque el PDET nos donó un panel solar que hace funcionar los aparatos”, explica Beatriz, mientras recorre el lugar enseñando cada máquina y su función dentro del proceso.
Salsas Picantes Tukanos se creó hace 2 años con el objetivo de conservar los sabores tradiciones y las costumbres gastronómicas de la comunidad.
También reconocen que es una fuente de ingresos importante para las familias pues, además, la producción es casi un proceso colectivo: entre ellos se compran la materia prima y el producto transformado posteriormente.
El producto ya se comercializa en el casco urbano y la comunidad también hace envíos a otras ciudades. Según cuentan, optaron por este producto para complementar la actividad económica de sus madres: ellas se dedican a las artesanías y los jóvenes a la producción de salsas.
A través de los PDET recibieron paneles solares, neveras, picatodo industrial, molino de granos, balanza electrónica, embudo, filtros, mesa de trabajo, estantería metálica, entre otras herramientas de trabajo que suman 93 millones de pesos, según la Agencia de Renovación del Territorio.
Irena Vasconcelo, quien además hace parte de los facilitadores de los pueblos indígenas firmantes del PART 2019, comenta que durante su tiempo como capitana de la comunidad le ha sido muy gratificante ver cómo, poco a poco, cada quien encuentra la actividad que mayor placer y autonomía le genera.
«Aquí yo siempre digo que si hay para todos, para todos; si no hay para nadie, pues para nadie. No estoy de acuerdo con eso de que unos tengan y otros no, por eso mi insistencia con los entes gubernamentales para traer todos estos proyectos a la comunidad», menciona Irena, mientras Begipu Ibiko-Khi, el dios de los tucanos apodado ‘el hombre sol’, se desliza por el costado derecho de la maloca, dándole paso a la oscuridad, que se aproxima desde el montón de árboles que nos rodean, selva adentro.