Diomedes Izquierdo es el primer indígena en obtener el título de arqueólogo en Colombia. Pertenece al pueblo arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta y en su tesis de grado propuso la 'Arqueología sin excavación', para que la ciencia armonice con la ancestralidad de los territorios sagrados.
Hace años, en los caminos a las afueras de Makogeka, Cesar, se escuchaban las abarcas en suela de caucho de llantas de un joven que llevaba dos horas caminando rumbo a el Centro Indígena de Educación Diversificación-CIED en Nabusimake (Tierra donde nace el Sol, en lengua arhuaca). El trayecto era largo, del mismo tamaño de las ganas de joven por estudiar. Hoy, ese joven ostenta el título de ser el primer arqueólogo indígena de Colombia.
Se trata de Diomedes Izquierdo Mejía. Tiene 30 años y pertenece al pueblo arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta. Es el primer indígena de Colombia en graduarse como arqueólogo con la Universidad Externado, carrera que comenzó hace cinco años cuando, gracias al programa ‘interacciones multiculturales’ que manejaba la universidad, un coordinador indígena del pueblo misak (Cauca) le ofreció el último cupo disponible.
Diomedes confiesa que desde siempre le ha gustado estudiar. Es el primero en acceder a un programa de educación superior en su familia, conformada por ocho hermanos. Su padre solo llegó hasta quinto de primaria; su madre, hasta segundo grado. Él, sin embargo, manifiesta que sentía una pasión especial hacia el conocimiento, pues su curiosidad por entender con mayor claridad todo lo que ocurría en su territorio era uno de los motores que lo impulsaban a continuar la escuela, según comenta.
“Mi padre es un mamo sabedor espiritual; mi madre, una sabedora de plantas medicinales muy conocedora de las historias orales del pueblo arhuaco. Ninguno de los dos podía pagarme una universidad, entonces entré al Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), en Valledupar, a estudiar un Técnico en Producción Agropecuaria. Pero yo sabía que podía dar más; quería entrar a una institución de educación superior”, menciona Diomedes.
Y lo hizo. Aunque aún no está confirmado, se cree que también es el primer indígena arqueólogo de Latinoamérica. Diomedes recuerda que, para lograrlo, debió preparar todo su traslado a Bogotá en menos de dos días.
Semestres después, cuando ya había sido aceptado y tenía un lugar donde quedarse, Diomedes comenzó a desarrollar el tema de su tesis de grado. Se trata de una metodología de estudio que nombró ‘Arqueología sin excavación’, la cual se centra en comprender la dinámica social y cultural de un territorio desde una propia voz, no desde los estudios etnográficos a partir de las impresiones que terceros tenían sobre su comunidad.
Diomedes comenta que, al principio, algunas personas se mostraron reacias a su idea pues “se cree que la arqueología sin excavar no es arqueología”. Sin embargo, él quería demostrar que sí existen otras formas menos invasivas de acercarse a los territorios; que tuviesen en cuenta los valores y, además, que los arhuacos (al ser una cultura viva), aún poseen prácticas ancestrales muy marcadas.
Explica, también, que la arqueología en Colombia no es una ciencia muy desarrollada y, por ende, todos los conocimientos vienen mayoritariamente de Europa y Norteamérica. Es decir, la producción académica no tiene muy en cuenta las realidades particulares de ciertos actores como las comunidades indígenas.
“Dentro de este tipo de ciencias, por lo general, a las comunidades indígenas se nos ve como sujetos de laboratorio, pero no hay un verdadero proceso de entendimiento de lo que somos”, comenta y luego agrega que uno de los errores de los arqueólogos y antropólogos es dar por sentado que, a raíz de los cambios en las dinámicas sociales, las comunidades han perdido sus creencias. Eso no es así. Para él, en realidad todo se mantiene porque “la cosmovisión que tienen siempre estará atada a la ley de origen, que se manifiesta a través de la sabiduría de los mamos”.
Otro de los retos más grandes a los que Diomedes tuvo que sobreponerse en Bogotá fue el manejo del inglés, ya que, si bien en el colegio había aprendido a leer y escribir en español, la mayor parte de su cotidianidad se desarrollaba con la lengua de su comunidad.
Esa misma comunidad de atykwakumuke en el municipio de Pueblo Bello (Cesar), donde reside actualmente, aún no termina de entender cómo él, desde la Arqueología, podrá aportar en la construcción del territorio. Para ellos, este tipo de ciencias que intervienen el territorio atentan contra la Madre Tierra.
“Lo que yo quiero demostrar es que se puede hacer Arqueología desde una inmersión territorial que no implique tomar nuestros elementos sagrados y llevarlos a un museo. Todo lo que está dentro del territorio cumple una función específica en su lugar de origen o donde fue dejado”, explica Diomedes.
Para él, uno de sus próximos objetivos será entrar a estudiar Geografía en la Universidad de los Andes el próximo semestre.
Tanta es su relación con las creencias de su comunidad que, incluso, para escoger este posgrado consultó a mamos para que lo orientaran sobre cuál traería más beneficios al territorio.
“Yo quiero dejarle los saberes que adquiero a mi pueblo. Con esta maestría en Geografía puedo incidir, incluso, para que nos tengan en cuenta a la hora de conformar Planes de Ordenamiento Territorial. Quiero ayudar a que el pueblo se planifique desde un enfoque académico y ancestral”, agrega.
Diomedes ha trabajado con el Ministerio del Deporte, en la Política Nacional de Juventudes del pueblo arhuaco y con la Consejería Presidencial para el fortalecimiento de las practicas ancestrales y el reconocimiento del territorio de acuerdo a las realidades de cada comunidad. Actualmente, además hace parte de la Confederación Indígena Tayrona, una organización a nivel nacional. “Ambos trabajos me han ayudado a tener incidencia dentro de mi comunidad y a decidirme por la Geografía. Allí el uso de las cartografías se vuelve interesante para el reconocimiento y la forma como se configurado el espacio y las prácticas culturales ancestrales”, comenta.
Por último, Diomedes explica que a través de su historia de vida quiere enviar una pregunta a toda la comunidad académica y científica del país que se dedica a estudiar temas relacionados con el pasado de los territorios: “¿Sus investigaciones responden a la realidad de las comunidades o a la versión que quieren escuchar las instituciones?”, inquiere, al tiempo que acomoda su Tutusoma que siempre lleva en la cabeza y que lo acompañó durante todos los cinco años de su estancia en Bogotá.