El Liceo Pestalozziano de Facatativá transforma los uniformes usados en bolsos, tapetes y accesorios, uniendo a estudiantes, docentes y abuelos costureros en su proyecto.
El Liceo Pestalozziano de Facatativá, con 51 años de historia, busca consolidarse como un referente en educación humanista y sostenible. Fundado en 1974 por Gabriela Medina Gómez, hoy es dirigido por su hija, Bibiana Guevara, quien continúa el legado pedagógico inspirado en Johann Heinrich Pestalozzi. Con 170 estudiantes, el colegio mantiene su esencia de “liceo”, privilegiando una educación cercana, centrada en la infancia y el bienestar emocional.
“Mientras un niño se siente feliz y en bienestar, puede aprender”, afirma la directora. Esa filosofía impulsa cada iniciativa académica, integrando emociones, conocimiento y valores, pues desde hace más de dos décadas la institución articula en su metodología de enseñanza un proyecto ambiental escolar (PRAE) transversal a todas las áreas del currículo.
En el Pestalozziano, la sostenibilidad no se enseña como una asignatura, cuenta Guevara, “es más una forma de vida”, matemáticas, arte, inglés o educación física abordan temas ambientales. “Incluso calculamos los desechos del colegio y los comparamos con los del mundo”, explica.
De las loncheras verdes a la moda sostenible
El compromiso ambiental del liceo comenzó con el proyecto “Loncheras Verdes”, una estrategia que eliminó los empaques y bebidas azucaradas del colegio. “No podíamos hablar de sostenibilidad si vendíamos gaseosas y paquetes”, recuerda Bibiana. Hoy, según ella, los miércoles son días de “basura cero” y la coherencia ambiental es una norma institucional.
De ese mismo espíritu nació Eco Moda School, propuesta que les valió el Premio Escuelas Sostenibles 2025 de la Fundación Santillana en su etapa nacional. La idea surgió al transformar la clase de artes plásticas en “artes y oficios”, donde cada maestro enseña una habilidad práctica: bordado, tejido, pintura en tela o tapicería. “Queríamos que los niños aprendieran a hacer cosas útiles con sus manos”, explica la rectora.
También cambiaron los materiales: se reemplazaron los útiles nuevos por retazos, cartones y telas recicladas. Los uniformes en desuso se recolectan para intercambiarlos o transformarlos. Lo que no puede repararse se convierte en mochilas, bolsos o tapetes elaborados por los propios estudiantes.
Tejidos entre generaciones
Eco Moda School se convirtió rápidamente en un laboratorio de creatividad circular. Cada jueves, madres y abuelos costureros se reúnen con los niños para enseñarles técnicas tradicionales. “Recuperamos el valor de los oficios de antes, cuando nada se desperdiciaba”, comenta Bibiana. Los estudiantes aprenden a coser desde los cuatro años, elaborando sus propios accesorios o muñecos tejidos.
“Yo hice un monedero y un cojín, y duermo con él todas las noches”, relata Jerónimo Fandiño, estudiante de cuarto grado. A su vez, Nicole Guacaneme, de quinto, destaca cómo el proyecto la motiva a cuidar los recursos; “así aprendemos a no ser contaminantes”.
Para Paola Suárez, profesora y coordinadora general del colegio, “aquí el maestro también aprende”. Destaca que la participación intergeneracional ha fortalecido los lazos comunitarios y ha devuelto protagonismo a los adultos mayores.
Innovación, tecnología y economía circular
El proyecto combina tradición y tecnología. Gracias a los recursos de los reconocimientos obtenidos, entre ellos el primer lugar en Aulas Sostenibles Urbaser 2025, el colegio adquirió una máquina de coser y una impresora de sublimación con las que los jóvenes personalizan sus prendas con dibujos propios. “Estamos enseñándoles que no se trata de no comprar más, sino de transformar lo que ya tenemos”, explica Suárez.
Eco Moda School también integra una app y un tótem de intercambio, herramientas que registran cuántos uniformes se han donado y permiten medir el impacto ambiental. En pocos meses, reutilizaron más de 80 prendas, ahorraron un millón de litros de agua y evitaron una tonelada de CO₂.
Además, las familias ahorraron hasta $135.000 anuales por estudiante, mientras los niños aprendían sobre costo-beneficio circular y emprendimiento. “Los chicos calculan el costo de su producto, el tiempo invertido y su precio de venta”, aclara Bibiana.
Una experiencia que inspira a otros
El impacto del modelo también aspira trascender las aulas. “Estaría bien que más colegios repliquen esta experiencia”, expresa Paola. Por ello, la comunidad educativa planea compartir lo aprendido con maestros de otras regiones, interesados en aplicar su propuesta, para convertir el aprendizaje circular en política educativa nacional.
Por eso, la institución fortalece su plan de formación docente para consolidar el proyecto en una segunda fase, orientada a la divulgación y capacitación. “Estamos listos para compartir nuestra experiencia con más personas”, afirma la coordinadora.
Aprendizajes y futuro
Para la rectora Guevara, los retos no han sido menores, para ella, “lo más difícil ha sido romper con la educación tradicional y convencer a las familias que aprender no es solo leer y escribir”. Sin embargo, las líderes de la escuela concluyen que los resultados confirman el éxito del enfoque: estudiantes más conscientes, familias involucradas y una comunidad que entiende la sostenibilidad como estilo de vida.
El liceo se prepara ahora para su desfile de cierre de año, donde los estudiantes presentarán sus creaciones de upcycling. Cada prenda contará una historia: una camisa convertida en bolso, un jean vuelto tapete o una camiseta sublimada con el dibujo de un derecho infantil. “Será un carnaval de economía circular”, adelanta Guevara.
Con el entusiasmo de sus niños —a quienes llaman Guardianes Circulares—, el apoyo de sus docentes y el compromiso de toda la comunidad, el Liceo Pestalozziano de Facatativá demuestra que la sostenibilidad puede aprenderse, practicarse y multiplicarse.