Vanessa Gocksh y su familia se internaron en 2013 en la Sierra Nevada de Santa Marta (Magdalena) en búsqueda de un estilo de vida diferente. Allí comenzaron Selvatorium, un laboratorio vivo que adelanta trabajos educativos, de reciclaje y construcción con las familias koguis y arhuacas de la zona.
El filósofo Ignace Leep mencionó en su libro ‘La comunicación de las existencias’ que “toda la moderna civilización materialista se funda en la negación del ser humano”. Autos, dinero, nuevas adquisiciones, redes sociales, tecnología de punta… poco espacio queda para el desarrollo de un diálogo auténtico con uno mismo y con los demás. En pleno siglo XXI, el anhelo de muchos es escapar del agobio que desencadenan las rutinas; vivir al margen de lo que implica esa idea de ‘civilización occidental’ que tanta raíz echó en nosotros.
En 2013, la artista visual Vanessa Gocksh, oriunda de Bélgica, entendió que no quería direccionar su vida hacia ese camino. Fue entonces cuando decidió -en compañía Juan Carlos Pellegrino, su esposo, y de sus hijos- irse a vivir a las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta y desarrollar un concepto de “laboratorio vivo” al que llamaron Selvatorium.
El concepto, según explican, es adoptado porque ellos son sus propios sujetos de estudio; el experimentar los cambios de lo que implica para una familia migrar voluntariamente de la ciudad al campo es como un experimento antropológico y sociológico aplicado en la vida real. “Nosotros hemos logrado vivir aquí con lo mínimo necesario para estar cómodos sin tomar demasiado del medioambiente”, agrega.
Lleva 23 años en Colombia. Cuenta que cuando llegó con su familia a la Sierra, exactamente en la cuenca del río Palomino, una de sus prioridades fue comenzar a intercambiar saberes de construcción:
“Es difícil llegar a estas comunidades que se han mantenido igual por muchos siglos a decirles que se debe modificar o introducir una nueva técnica de construcción. Nosotros no queremos eso; al contrario, muchas de sus técnicas son implementadas en las instalaciones de Selvatorium y, al mismo tiempo, ellos se sorprenden con algunas cosas que utilizamos por nuestro lado”, comenta, haciendo referencia a, por ejemplo, construir muros de tierra que rellenan con botellas de plástico, utilizar paneles solares y construir baños de biocarbono, que no contaminan el subsuelo. Además, en lugar de utilizar la madera dura de la región que ha sido talada en su mayoría, lo que hacen es llevar a la Sierra guaduas del Quindío.
Es que, para Vanessa es diferente hablar de reciclaje y sostenibilidad en la ciudad que en la selva. Al ser la Sierra entendida como un organismo vivo, “la conexión con lo que la sociedad industrial considera mera materia prima adquiere un componente espiritual muy poderoso”, asegura la ex VJ (video jockey), quien a principio de los 2000 participó en la creación del reconocido colectivo de música caribeña Systema Solar bajo el pseudónimo «Pata De Perro».
La pareja comenta que también trabajan para lograr introducir otros cambios beneficiosos para la salud de la comunidad a través de talleres sobre salud básica, transformación de alimentos y nuevas técnicas de agricultura. Con esto último, su intención es que las comunidades indígenas aprendan a tener una dieta más balanceada pues, por la pérdida de su alimentación tradicional, el consumo de carbohidratos es lo más usual, pero no lo más saludable.
Educando desde su propia cosmovisión
Pero el proyecto con el que más relación directa han entablado con la comunidad comenzó en 2019 bajo el nombre Lobitos del Selvatorium. Es, en resumen, un espacio que le ofrece a los niños de las comunidades indígenas de la Sierra un modelo de etnoeducación basado en el respeto por la multiculturalidad. En un primer momento no se pensó como un proyecto educativo; fueron los propios indígenas quienes, al ver los contenidos y las sesiones de clases que la pareja les daba a sus hijos, preguntaron si los suyos también podían participar.
“Uno de los problemas más grandes que tienen estas comunidades es el acceso a la educación. A muchos indígenas no les gustan las ‘escuelas convencionales’ porque no están relacionadas con su contexto. Por ejemplo, a un niño se le enseña con cartillas donde aparecen semáforos, hamburguesas y metros elevados, pero su realidad es distinta”, explica Vanessa.
Son alrededor de 27 niños de 7 familias koguis y arhuacas que reciben educación básica: matemáticas, arte, música, salud, castellano, corporal y socionaturales. En el caso de esta última asignatura, Vanessa aclara que es una mezcla entre sociales y naturales pues, para ellos, lo que ocurre en ambas disciplinas está relacionado: no se puede separar lo humano de la naturaleza. Y aunque se cumple con una jornada completa de estudio, el proceso educativo tiene otra metodología de trabajo: “Aquí no manejamos grados ni calificaciones con números, en realidad manejamos 5 etapas de formación”, agrega.
La primera etapa es ‘¿quién soy?‘ y se le enseña al niño a diferenciarse entre la naturaleza. La segunda es ‘¿cómo soy?‘, donde se le explica cómo es el cuerpo, cómo es la morfología de los animales, cómo funcionan los ecosistemas, etc. La tercera es ‘¿dónde estoy?‘ y habla de geografía local, regional y mundial; se sitúa al individuo en un lugar y tiempo determinado. La cuarta es ‘¿de dónde vengo?‘, y se acerca a la historia familiar, de la comunidad y universal. Por último, ‘¿Hacia dónde voy?‘, en la que los niños comienzan a descubrir lo que es un proyecto de vida.
“Cada niño va a su propio paso, es decir, no hay edad para cada etapa. Ellos pasan por un proceso de autoevaluación cuatro veces al año y después los compañeros miran si los resultados van acorde al comportamiento que demostraron durante ese tiempo”, explica Gocksch quien, además, menciona que actualmente cuenta con tres maestros voluntarios y con niños desde los 6 hasta los 18 años.
Uno de los retos más grandes que Vanessa menciona se han encontrado en el camino ha sido balancear la enseñanza de la ‘visión del mundo occidental’ con su visión del mundo. Por ejemplo, cuando se habla del sistema solar, se les explica que los ocho planetas giran alrededor del sol, pero ellos creen que la tierra tiene nueve mundos arriba y nueve mundos abajo.
“Es su cosmovisión, y no significa que esté mal. No debemos conformarnos con una sola visión del mundo. Cada quien decide en cuál creer. Nosotros les enseñamos ambas”, agrega, al tiempo que relaciona el tema del ejemplo con el nombre de la agrupación que integró hace un tiempo y que hoy, años después, aún recuerda cada vez que ella o su esposo tocan algún instrumento con los niños.
Recuperando la tradición de las radionovelas selva adentro
Adicional al proyecto Lobitos del Selvatorium, aprovechando la experiencia en el manejo de herramientas audiovisuales, el colectivo decidió poner en marcha la producción de radionovelas inspiradas en cuentos de la tradición oral de las comunidades, proyecto que contó con el apoyo del Ministerio de Cultura.
Vanessa comenta que este trabajo en particular les ha permitido notar cómo algunos niños, antes de los podcast, no entablaban ningún tipo de conversación ni lograban expresarse con asertividad. Ahora, sin embargo, con el desarrollo de sus habilidades comunicativas y artísticas, el espacio de grabación, los aparatos y los productos finales son más llevaderos.
El estilo de vida de la pareja se puede considerar una crítica práctica a las dinámicas sociales del común. Y aunque la introducción estas tecnologías y aparatos en las comunidades también irrumpe en sus dinámicas y comportamientos, Vanessa resalta que lo importante es siempre tener presente «que son herramientas para promocionar y preservar la cultura, no para cambiar su visión del mundo«. En realidad estas actividades dentro de las comunidades indígenas son cada vez más frecuentes. Colectivos como Bunkuaneyuman, también ubicados en la Sierra, plasman esa misma tradición oral a través del cine.
Su más reciente producción es ‘Tío Conejo y la Abeja’: “Tío Conejo, guiado por sus propias mentiras, acepta una misión difícil, conseguir la lágrima de la abeja, sin embargo, sus decisiones tendrán consecuencias que transformarán para siempre su destino. El cuento es muy famoso dentro de la comunidad. La producción, edición y narración es el resultado de los niños que participan en Lobitos de Selvatorium”, comenta Gocksch.
Las instalaciones de Selvatorium están abiertas para que otras familias que desean vivir la experiencia de internarse en la selva puedan hacerlo. También cuentan con programas de voluntariado de mínimo dos meses para los cuales puede conocer más información en la página web www.selvatorium.com o a través del Instagram @Selvatorium.
Además de su trabajo con la comunidad, la idea del colectivo también es servir de guía para los externos que deseen dar el paso de desconectarse de la rutina citadina pues, una vez adentro, explican, «relacionar la felicidad con consumo y modernización ya no parece tener tanta lógica».
Ya lo decía José Eustasio Rivera en su libro La Vorágine: «¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde?».