Desde el trabajo de cada una, Alejandra García, representante juvenil de Rionegro, y Mónica Sarai Arango, deportista olímpica, trabajan por la juventud en el departamento.
Siendo scout, Alejandra García, oriunda de Rionegro, Antioquia, aprendió un principio que se convirtió en un lema para su vida: “Quien no vino para servir, no sirve para vivir”.
Esa frase la ha llevado más allá de la fila de los scouts, uno de los movimientos juveniles más grandes e importantes del mundo, a la vida pública, como moderadora de la Plataforma Municipal de Juventud.
Por su parte, desde el deporte, Mónica Sarai Arango ha trabajado también con un norte similar: contribuir, a través de su disciplina, al desarrollo de las demás personas, sobre todo, de otras generaciones.
Y aunque en 2016, junto con su dupla Estefanía Álvarez, se convirtió en la primera colombiana en representar a Colombia en unos Juegos Olímpicos en natación artística, dice que su motivación no es el reconocimiento. Para Mónica lo principal, dice, es “entregar desde lo que tengo”.
Las dos, aunque con trabajos muy diferentes entre sí, se han convertido en referentes en Antioquia como jóvenes que, desde sus disciplinas, apuestan por construir un futuro mejor, en un momento en el que se está trabajando en la Agenda Antioquia 2040, que guiará al departamento en los próximos años en distintos aspectos.
Gestionar para los jóvenes
Alejandra llegó a los scouts a los 3 años, por influencia de su padre. Desde hace 18 años hace parte de esta organización y actualmente está en proceso para ser formadora de las nuevas generaciones de scouts en Rionegro.
A la vez que hacía sus tareas como scout, se formaba académicamente. Cuando estaba en 11º decidió estudiar Psicología, pues encontró en esta carrera una forma de darle continuidad a esa vocación de servicio.
Pero, quizá por llevar buena parte de su vida en los scouts –que apuestan por la formación de la ciudadanía a través de actividades al aire libre–, Alejandra descubrió que también servía para el liderazgo. Ese descubrimiento la llevó a ser representante de su semestre en la Universidad Católica de Oriente, donde actualmente está entre el quinto y el séptimo semestre de su carrera.
Eso, eventualmente, la llevó a “conocer la forma en que participan los jóvenes en lo público”. A través de distintos procesos de liderazgo en temas como la música, llegó a conocer procesos fomentados por los jóvenes en su municipio.
De esa misma forma llegó a la Plataforma Municipal de Juventud de Rionegro, un mecanismo diseñado para la participación juvenil, no solo en municipios, sino también a nivel departamental y nacional.
En 2021, después de ocho años, volvieron los consejos municipales de juventud. Y, aunque resalta lo positivo de esta instancia, Alejandra se dio cuenta de algo: “Se estaban lanzando los consejeros y consejeras pero, por eso, el proceso de la plataforma estaba quedando abandonado. Entonces dije ‘no puedo dejar que se muera el proceso’ y me lancé como moderadora”. En julio, en la votación anual que realiza cada plataforma, quedó elegida.
Allí empezó un proceso que resultó en la creación del Banco de Iniciativas Juveniles, un espacio que sirvió para gestionar proyectos dirigidos por jóvenes de Rionegro.
El Banco, explica, es “un proyecto que se basa en las siete líneas de la política pública del municipio y tiene preguntas indicadoras. Cada propuesta debe buscar responder cada una de esas preguntas”.
Se presentaron 48 proyectos, de los cuales 20 pasarán a un proceso de ejecución, que contará con recursos económicos, puesto que el Banco cuenta con un presupuesto total de $200 millones. Y, con orgullo, agrega: “Que una joven diga que gestionó ese dinero es un logro grandísimo. Más porque en lo público es muy difícil”.
Eso lleva a Alejandra, quien en marzo pasado fue seleccionada como una de las integrantes de la Plataforma Departamental de Juventud, como representante de la subregión del Oriente antioqueño, a reflexionar sobre la necesidad de que los jóvenes participen en este tipo de procesos:
“Debemos buscar que haya un diálogo efectivo con la institucionalidad. Que no sea una situación donde salgamos a decir que no hacen nada desde la juventud o que lo que no se hace no nos gusta. Que se apueste por lo que los jóvenes queremos”.
Y concluye que estar en espacios así también sirve para que “los jóvenes nos apropiemos de los territorios, porque somos conscientes de que debemos conocer el territorio, las políticas, los procesos”.
Abrir caminos desde el deporte
Fueron muchos ‘no’ los que Mónica recibió cuando, desde los 9 años, empezó a decir que competiría en unos Juegos Olímpicos en natación artística.
“Me decían que no, que no iba a ir, que era imposible, que políticamente no daba, que no había apoyo económico”, recuerda. Todas esas voces de rechazo las recordó cuando en 2016 llegó a Brasil para competir en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, y las recordaría nuevamente el año pasado en los Juegos Olímpicos de Tokio.
Pero, para llegar allí, el camino fue largo. Cuando tenía 4 años, Mónica ingresó al Centro de Iniciación y Formación para el Alto Rendimiento, en el que le enseñaron los distintos deportes acuáticos: clavados, polo, natación de carrera y nado sincronizado (que, en 2017, pasó a llamarse natación artística). A los 8, cuando le dieron la opción de elegir entre clavados y natación artística, se fue por esta última.
Así, a comienzos de los 2000, comenzó un recorrido que la ha llevado por algunas de las competiciones más importantes de esta disciplina –como los Juegos de Centroamérica y el Caribe, los Juegos Bolivarianos, los Juegos Suramericanos y, por supuesto, los Olímpicos–. Ese proceso, además, la ha llevado a ser una de las deportistas más reconocidas en toda Latinoamérica en dicha modalidad.
Un logro que no es menor y que es fruto de un recorrido que define como: “Sacar machete y abrir camino. Latinoamérica no es muy fuerte a nivel competitivo en mi deporte, entonces ha sido un proceso muy complicado, de momentos muy duros. Es de mucha resiliencia, en el que nos ha tocado pararnos en muchas ocasiones de huecos supremamente profundos “.
Sin embargo, lejos de desmotivarla, esos desafíos también han dado pie a una certeza: “En esos momentos en que estás tan profundo queda o abrazarte a la tragedia o seguir adelante, ponerte el ‘traje de foca’, que todo te resbale y seguir trabajando”.
Y esa convicción la ha llevado a que el deporte no sea solo, como dice, algo que le dé resistencia física. Mónica es psicóloga de la Universidad de Antioquia y, actualmente, está terminando su Maestría en Desarrollo Infantil, por un gusto personal por el trabajo con niños y niñas.
En ese trabajo ha buscado unir su conocimiento académico con el deportivo: “He estado muy orientada a entregar algo para que la sociedad funcione mejor”.
Una orientación que tiene que ver con su propio origen. Mónica cuenta que creció en “un barrio ‘caliente’ de Medellín, que era cuna de bandas, de drogas”. Y ve como una decisión acertada de sus padres que, tanto a ella como a sus dos hermanas mayores, ambas deportistas –la mayor como voleibolista y la del medio compitiendo en natación de carreras–, pues le entregó deseos de salir adelante, los mismos que ahora quiere inculcar en los más pequeños.
Por eso, con la autoridad que da la experiencia, asegura que “liderar desde el deporte implica hacer cambios en términos de ciudad, de departamento, de entregarle a la sociedad nuevas maneras de hacer las cosas. Cada quién puede aportar desde lo que tiene y desde lo que conoce. Estoy en ese momento en el que el deporte me ha entregado tanto que es hora de entregar”.