Deslizamientos, avenidas torrenciales e inundaciones hacen parte de las emergencias que aumentan en el Valle de Aburrá con los cambios en el clima. Su monitoreo es clave para definir estrategias a futuro.
“Los eventos extremos son cada vez más extremos”. Con esas palabras, Esnéider Zapata, líder del equipo de Hidrología del Sistema de Alerta Temprana de Medellín y el Valle de Aburrá (Siata), describe los cambios a nivel meteorológico en los 10 municipios del área metropolitana.
Son tres a los que se refiere Zapata: deslizamientos de tierras (que se presentan en las laderas oriental y occidental, densamente pobladas), avenidas torrenciales (cuando el agua se sale de su cauce natural) e inundaciones. Y, aunque él mismo reconoce que no es sencillo registrar todas las transformaciones a nivel meteorológico con las mediciones que se tienen hasta el momento, sí asegura que hay cambios que son evidentes.
“Dentro del Valle de Aburrá son diez años de registro”, dice, “y con eso es muy difícil asegurar que se han percibido cambios en el clima, porque estadísticamente no es una muestra representativa. Pero un compañero hizo un trabajo para evaluar el cambio climático utilizando estaciones del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) y encontró que hay una tendencia al aumento”.
Un clima que se transforma
Con los datos disponibles, explica Zapata, es posible afirmar que los eventos extremos asociados a emergencias, como los mencionados, ocurrirán con mayor frecuencia. Y, en ese punto, hace una precisión:
“En condiciones promedio, uno puede decir que todos los enero o mayo llueve lo mismo, pero lo que cambia es la forma en la que se distribuye la lluvia. Puede que este mayo llueva la misma cantidad de agua que en mayo de hace 20 años, pero se divide en eventos más intensos”. Esa intensidad, por ejemplo, se ve reflejada en un hecho: en 2021, en un solo día de abril cayó el 70 % del agua lluvia que cae tradicionalmente en todo el mes.
Los eventos críticos, continúa, tienen tiempos de retorno, es decir, cuánto hay que esperar para que ocurran: “Es muy común decir que un evento, cualquiera, ocurre una vez cada 20, 25, 50 años para hacerse una idea de su frecuencia. Sin embargo, con el cambio climático los tiempos de retorno son más cortos”.
En esa misma línea, Julián Sepúlveda, líder del equipo de Meteorología del Sistema de Alerta Temprana de Medellín y el Valle de Aburrá (Siata), indica que en la actualidad “evidenciamos que realmente las lluvias están aumentando su intensidad y su fuerza en una escala horaria”, la mejor forma de identificar esos cambios climáticos.
Dicha situación puede explicar el aumento de los eventos que ponen en riesgo a las personas: “Una hora es más que suficiente para que las cuencas pequeñas (como las quebradas) reciban el agua, la lleven a la red de drenaje y hagan que esta se desborde. Es un símil con las horas pico: el problema es que es la hora en la que todo el mundo transita. Volviendo a la lluvia, sin la suficiente capacidad de evacuar, se produce el desbordamiento”.
Entender esos cambios actuales del clima permite saber qué decisiones tomar para el bienestar de los habitantes del Valle de Aburrá. Un trabajo que surge con la medición y recolección de información que es posteriormente analizada, pero cuyo principal impacto está en el trabajo que se realiza de manera conjunta con la comunidad. “Nuestro fin último es salvar vidas”, dice Sepúlveda.
Esa meta consiste en, por ejemplo, poner en contexto a las personas de por qué aumentan las lluvias, qué laderas están en peligro de deslizamiento o por qué se presentan crecientes súbitas.
Y es un trabajo que se viene realizando desde 2011. “En toda el área metropolitana medimos variables hidroclimáticas como la lluvia, niveles de los ríos y quebradas, temperatura, presión, humedad. También medimos el viento y variables de forma remota”, señala.
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La importancia de entender los cambios
Se puede sentir como un tema lejano, hasta difícil de entender. A fin de cuentas, son variables y datos que surgen de procesos analíticos científicos. Sin embargo, según Sepúlveda, “las personas también se vuelven científicas. Desde su punto observacional, y su conocimiento del entorno, se vuelven los científicos más importantes para nosotros”. Esto, porque son los habitantes del Valle de Aburrá quienes comprenden el contexto en el que se presentan los datos arrojados por el Siata.
Además, Sepúlveda señala que en la actualidad se debe tener en cuenta la expansión de la zona urbana, la cual está llegando a las laderas y puede volverlas inestables. “Esto afecta mucho, entonces lo que esperamos es salvaguardar la vida de las personas que viven en una condición de riesgo, ya sea por la ocurrencia de una amenaza o por la vulnerabilidad de la locación de la vivienda”.
Ese trabajo en conjunto con los habitantes, dice Sepúlveda, ha permitido que, por ejemplo, “haya personas capaces de observar cómo está evolucionando su cuenca, la ladera en la que viven, la estación de medición que está aguas arriba o cómo se comporta el nivel. Hay líderes comunales entrenados para llevar a las personas a puntos seguros”.
Y ha tomado tiempo pues, como reconoce Sepúlveda, hace una década realizar esta labor “era muy difícil. Uno les preguntaba a las personas: ‘¿usted sabe qué es el Siata?’. No tenían idea y preguntaban ‘¿venden galletas?’”, recuerda entre risas.
Y agrega: “Ahora la gente comprende que somos los del clima o tienen una idea, saben que tenemos la red de monitoreo. Si no fuera así, no tendría sentido lo que hacemos como proyecto del Área Metropolitana del Valle de Aburrá”.
Visión de futuro
Además, llevar ese registro de manera constante ha permitido comprender la forma en la que ha cambiado el clima en el Valle de Aburrá en los últimos años. En ese sentido, Sepúlveda expresa que hay dos conceptos: la variabilidad climática natural y el cambio climático.
La primera la explica como aquella “a la que estamos condicionados dependiendo de la región en la que estemos o por los fenómenos meteorológicos y macroclimáticos que nos afectan. Un ejemplo es que en los últimos dos años hemos estado en un fenómeno de La Niña, observando que no hemos tenido temporadas secas porque el régimen de precipitación aumenta, es decir, el promedio mensual de este es mayor a lo que esperamos año a año”.
Sobre el cambio climático, asegura que se trata sobre “cómo cambian los sucesos extremos. Los eventos no se vuelven más frecuentes, no estamos acumulando más lluvia al mes, pero sí tenemos eventos más intensos. Los acontecimientos extremos se están volviendo más extremos, lo cual es preocupante porque, si antes teníamos lluvias intensas que generaban avenidas torrenciales, pues ya vamos a tener lluvias más fuertes que las históricamente registradas”.
Es en esa realidad que entra en juego el monitoreo del clima. “Estamos preparados al ver cómo evolucionan estas variables. Lo que deben hacer las entidades y la comunidad es que el seguimiento se mantenga en el tiempo, porque eso nos permite aprender, con los datos históricos, cómo cambiamos”, dice. “Si conocemos esos cambios, sabemos hacia dónde se va a expandir la zona de inundación o qué laderas son más propensas de deslizamiento”.
A la larga, concluye el líder del equipo de Meteorología del Siata, se trata de “tener un abanico de proyecciones y, según cómo estemos en la actualidad, sabremos hacia dónde vamos a evolucionar y cómo debemos modificar nuestro entorno”.