A través de esta crónica, conozca la riqueza cultural, humana y natural de Guapi, escogido como uno de los veinticinco pueblos que enamoran de Colombia.
Son las diez de la mañana en el Aeropuerto Juan Casiano Solís, en Guapi, y la humedad hace que los visitantes comiencen a despojarse de a poco de las prendas abrigadas que traen de la capital. El municipio entero resplandece bajo el sol: las calles, las escamas de los peces, el río, el mar. Todo está bañado de luz. Agitan sus sombreros de paja tetera y beben agua de coco. Esperan, impacientes, que alguno de los motocarros esté libre para embarcarse rumbo al casco urbano, a vivir en carne propia porqué se está haciendo tan conocido el slogan “Guapi es más que la Isla Gorgona”.
En Guapi casi no hay viento. A los pocos minutos de llegar la piel comienza a ponerse pegajosa. El conductor parece conocer que es nuestra primera vez en el lugar y nos dice que tranquilos, que con los días uno se acostumbra, que más bien procuremos mantenernos hidratados y que ya casi llegamos.
En el camino se ve la tierra seca, cuarteada, y las terrazas llenas de gente. Las puertas de las casas, abiertas. Llama la atención cómo el municipio se construyó mezclando la arquitectura tradicional en madera con la de cemento. Hay palafitos dentro de Guapi, no solo a la orilla del río. Las casas en madera mantienen viva uno de los pilares de esta población costera. Para ellos, el río ha sido canal de comunicación, fuente de ingresos económicos y espacio para echar a bogar sus tradiciones culturales.
El corazón del municipio reposa en el Vicariato apostólico de Guapi y sus alrededores, donde se haya la zona mercantil y el muelle. Por ese muelle entró el español Manuel Valverde en 1772, con la religión católica en sus hombros. Desde entonces, el municipio rinde homenaje al acontecimiento y todos los años, en diciembre, organizan las famosas ‘balsadas guapireñas’, fiestas patronales que consisten en montar a la Virgen de la Inmaculada Concepción en un potrillo y bogar con ella por el río.
“Los habitantes le compraron la imagen de la Inmaculada en oro a los españoles. Lo que pesaba se lo dieron en oro. Cuando la cogían para sacarla, se ponía pesada y nadie podía, pero para entrarla sí era ‘balsudita’”, comenta Wilson Cocoró, guía local.
La tradición de las balsadas es tan fuerte que está incluida en un gran mural ubicado en el barrio Puerto Cali, el primero de todo el municipio.
Wilson Cocoró tiene un proyecto que se encarga de ofrecer recorridos guiados por el casco urbano. En el trayecto cuenta la historia del muelle, de la plaza de pescados y hasta de la casa donde creció Hugo Candelario -músico del ‘Grupo Bahía’-. Nos dice que el nombre Candelario rinde homenaje a la virgen, pues el día de su nacimiento, el municipio sufrió un gran incendio.
A través de su proyecto busca que el visitante comprenda por qué Guapi fue seleccionado como uno de los veinticinco pueblos que enamoran en Colombia. Guapi, además de tener una de las tradiciones musicales más fuertes del Pacífico, logró forjar una cultura que mezcla elementos de la selva, el río y el mar.
Los guapireños siempre tienen una sonrisa entre los labios y la disposición de extenderte la mano si necesitas ayuda. La comunidad cree firmemente que «todo el que llegue a Guapi, es guapireño». Ese calor de hogar se siente no solo en la forma como te tratan, sino también en cómo te reciben a sus hogares.
Para los lugareños la comida es sagrada. Su gastronomía, según la reconocida cocinera y lideresa social Teófila Betancurt, es una de las más bondadosas que tiene Colombia. Y no habla solo de las porciones. Se refiere también a la disposición de la gente por compartirla.
La comunidad cocinaba, al principio, con lo que tenía a su alcance, por eso no es extraño que entre vecinos se compartan alimentos. O que muchas de las mujeres de la comunidad se organizaran, desde 1994, a sembrar y rescatar juntas las famosas ‘hierbas de azotea’ (chiyangua, orégano, yantén, achiote, entre otras), a través de la Fundación Chiyangua.
A medio día, el olor de la sopa de pelada, un pescado, invade toda la sala del restaurante, ubicado en un tercer piso de una de las calles de la zona comercial. Desde allí se puede apreciar la cotidianidad de los locales: regatean precios, espantan moscas, pasean en moto y verifican que las almejas y pianguas tengan el tamaño correcto para comercializarse.
Teófila explica a los presentes la historia de la fundación ‘al calor del fogón’, así como a ella le transmitieron los conocimientos las mayoras al cocinar en comadrería. En Guapi todos los secretos de la cocina, la danza y la música se han transmitido a través de la tradición oral.
"Arullo del Mono"
Desde el avión se ve la selva, mítica, delineando el croquis de las costas sur colombianas. La imagen les recuerda a los visitantes que se encuentran en el límite de Colombia, recorriendo el croquis del país. Algunos desconocerán que en esa espesura nació, hace cientos de años, un mito en el que aún creen los músicos más longevos del pueblo, como los Torres.
Se dice que cuando alguien está interesado en aprender a tocar, un duende los llama desde la selva y les enseñaba a interpretar la marimba con especial maestría, pero que para eso deben internarse varios días y hasta tener una lucha cuerpo a cuerpo con él:
“El duende le enseña a uno hasta donde él quiere. Antes se veía más, pero ahora está escondido porque hay mucha religión”, cuenta Francisco ‘Pacho’ Torres, cuyo apellido guarda más de cien años de tradición musical.
Así como en la ciudad se utilizan parlantes para armar las fiestas, en Guapi es necesario uno de estos ‘pianos de la selva’ para poder congregar a la comunidad alrededor de una celebración o ceremonia fúnebre. Los ‘Torres’ tenían una Casa Grande donde se organizaban las fiestas más importantes del pueblo, y la gente, recuerdan, podía beber hasta tres días seguidos.
Hoy, los tres hermanos se reúnen un palafito a la orilla del río para recibir a los visitantes interesados en escucharlos. Las tablas del piso tiemblan cuando ‘Pacho’ hace sonar su tambor. Los músicos tradicionales dicen que la música de marimba «es una música que lo revive y lo carga de vitalidad a uno». Para ellos no se trata solo de tocarla y danzar currulaos o bambucos, sino que es es algo más terapéutico, casi que una terapia para el alma.
"Ay Mi Marimbita a Onde Ta"
Así lo describe Adrián Sabogal, músico fundador de Marimbea, un proyecto que nace en Bogotá en 2016 con la intensión de acercar a los citadinos a estos ritmos ancestrales. Lo que hace Marimbea es crear experiencias inmersivas para que las personas puedan vivir la riqueza cultural de las comunidades afro del Pacífico, sobre todo en Tumaco, a través de la música. Cuentan con el apoyo de Territorios de Oportunidad, un programa de cooperación internacional que ayudó a fortalecer sus procesos de turismo comunitario y cultural.
En Guapi, aunque el programa aún está en construcción, incluyen sesiones de música con algunos de los integrantes de la agrupación Semblanzas del Río Guapi y también encuentros con los Torres y los Balanta, las dos dinastías musicales más importantes del Pacífico. Así, Adrián explica que los visitantes, además de disfrutar de la música de marimba, también aprenden la base para interpretarla.
“La música del Pacífico tiene una historia detrás muy fuerte, que viene desde la esclavitud; de cómo llegaron estas poblaciones a Colombia. Nos recuerda la deuda histórica que tenemos con ellos. Cuenta la historia de un territorio con mucha profundidad y fuerza», comenta Sabogal sosteniendo un par de tacos.
A su lado, Jenner Ruíz, marimbero de Semblanzas, va señalando una a una las partes del instrumento: tablones, canutos, hilos, parales. Los parales no existían en un inicio. Antes, las marimbas debían colgarse en el centro de la casa.
La chonta con la que fabrican la marimba se corta en luna menguante
La modificación de los parales fue hecha por Ever Riascos, dueño del taller Palma Chonta, ubicado en una casa en obra negra a unas cuadras del restaurante. Dice que tiene varias palmas de chonta sembrada en el patio, y que puede construir una marimba en 24 horas.
Además de la fabricación de instrumentos, Palma Chonta también cuenta con una fundación que involucra a 35 niños y jóvenes de 9 a 25 años en la música tradicional. Lo hacen, según cuenta, para que las nuevas generaciones vean la música como una manera de construir paz y proyecto de vida viables.
«Es mejor que un joven empuñe un par de tacos para hacer música del Pacífico a que empuñe un arma», comenta Ever.
Uno de los secretos para que la marimba sea resistente es que el material debe cortarse en luna menguante.
Hay un sustento científico detrás: cuando la luna está en pleno, la fuerza de gravedad que hace que el agua suba por la chonta, provocando que la madera quede húmeda, y esta, por el contrario, debe estar lo más seca posible.
De Guapi han salido grandes agrupaciones y músicos, como Semblanzas del Río Guapi, Hugo Candelario, ‘Kike Riascos’ y José Antonio Torres Solís, conocido como Gualajo. También es la tierra que conecta con la famosa Isla Gorgona y el único municipio de Colombia con tres desembocaduras al mar.
Por una de esas desembocaduras se llega a Quiroga y a Juanico, dos veredas llenas de actividades experienciales para que los visitantes aprendan de los oficios ancestrales y disfruten la riqueza natural del municipio.
"Vamo' a la playita, vamos a almejear"
La lancha se aleja de Guapi y con ella el intenso verde de la selva. Luego de avanzar un par de minutos, todo comienza a pintarse de azul. El cielo y el mar parecen fundirse en el horizonte. A la izquierda, lejos, la silueta de la Isla Gorgona, imponente. Sin embargo, el destino, por lo menos esta vez, no es la isla paradisíaca.
A lo lejos se ven varios pescadores esperando, sentados en sus lanchas, a que los peces queden atrapados en las redes mientras una bandada de gaviotas revolotea sobre ellos.
Quiroga es una comunidad de almejeras, piangüeras y pescadores. Varias Asociaciones convirtieron sus proyectos productivos en experiencias de turismo comunitario a través de las cuales los visitantes pueden practicar sus oficios ancestrales de la mano con ellos. Allí se puede andar en potrillo, pescar y recoger almejar y pianguas.
Los visitantes tienen la posibilidad de acceder a estas actividades a través de los paquetes turísticos que están siendo ofrecidos por Guapi Tours, una operadora turística que desde hace más de veinte años viene acompañando los procesos de turismo comunitario que también impulsa la Fundación Chiyangua, de Teófila Betancurt.
El fundador es Robinson Caicedo, quien cuenta que uno de los puntos más valiosos de estos proyectos turísticos, además de ser experenciales, es que no saca a las personas de su cotidianidad: «Nosotros no hemos llegado a inventarnos actividades, sino que son cosas que han hecho toda su vida», explica.
Para él, uno de los logros a futuro que esperan lograr es consolidar el nombre de Guapi como destino turístico, no solo la Isla Gorgona, que al final es uno de los tantos atractivos que tiene para ofrecer el sur de la costa caucana.
Guapi Tours (que es apoyado por la Cámara de Comercio del Cauca) participó en la más reciente Feria de Anato. Allí, muchas agencias de turismo internacionales mostraron su interés por agregar el proyecto a su oferta, ya que los turistas, al venir a Colombia, suelen pedir opciones más allá de los destinos tradicionales como San Andrés, Cartagena y Medellín.
«Queremos que el turista conozca todo el patrimonio cultural y natural de los pueblos afros del Pacífico», concluye Robinson.