Los integrantes de este colectivo bailan para comunicar a la sociedad sus inconformidades, su historia y conectarse con sus ancestros afrocolombianos.
De niño, el bailarín profesional Rafael Palacios siempre se sintió extranjero en su tierra. Antioqueño de nacimiento, descendiente de padres del Chocó y de Ituango, Palacios se acostumbró a que siempre le preguntaran de dónde venía, ya que la gente no podía creer que fuera oriundo de Medellín, al no cumplir con el imaginario que la sociedad tenía sobre la apariencia de los paisas.
Desubicado en un mar de personas que parecían decirle que no pertenecía a su ciudad natal, empezó a “regresar a su raíz”, a través de la interacción con su familia paterna: tíos, primos, abuelos chocoanos que viajaban a Medellín y llegaban a su casa en busca de oportunidades de estudio, de trabajo o de salud.
“Regresar a la raíz para mí era poder conocer una parte de mi historia que estaba alejada de mi entorno geográfico, pero que en mi casa existía”, comenta Palacios.
Cuando cursaba la primaria en Copacabana su padre, quien fue profesor de un grupo de danza, lo incentivo para que empezara a bailar y así comenzó su carrera artística.
“Era como un juego que me permitía salir un poco de la timidez y comunicarme sin palabras, como si fuera una narración corporal, una historia que se vuelve cuerpo y se vuelve danza y eso me gustó mucho”, cuenta él.
Pero de joven, por una experiencia desafortunada, sintió que al bailarín afro en Colombia la veían como alguien que nació para “entretener” al público.
“Una vez iba por la calle y una familia blanco mestiza, que estaba festejando y tenían bafles afuera con música de salsa, me gritó “negrito venga bailenos, bailenos salsa”. Yo no sabía bailar salsa, pero ellos asumieron que, por mi color de piel, tenía que saber hacerlo y que, además, tenían el derecho de divertirse a costa mía. Yo no lo hice y seguí caminando, muy afligido y avergonzado, por lo que ellos pensaban que yo debería saber siendo un niño negro, por esos estereotipos infundados”, recuerda.
Pero esto no hizo que perdiera sus ganas de seguir bailando, es más, le dio un sentido a su labor y decidió convertirse en bailarín no para divertir a alguien, sino para expresar lo que sentía, lo que soñaba y las oportunidades que le habían sido negadas a él o a la gente afro, por culpa del racismo. “Quería que la danza me sirviera para expresarle al mundo lo que soy”.
En 1990 Palacios, después de haber bailado en diferentes grupos colombianos, conoció en Bogotá a Germanine Acogny (directora y fundadora de la escuela Mudra en Senegal y la creadora de la técnica de danza afro contemporáneo), quien le demostró que a nivel mundial existía todo un conocimiento valioso que le ayudaría a convertirse en el bailarín que soñaba ser.
“Decidí seguirla, tratando de regresar a la raíz, ya no en el Chocó, sino en Francia y África”, cuenta.
Después de un taller de verano en Toulouse con Acogny, su maestra le recomendó ir a París, para empezar a estudiar con Irene Tassembedo, una ex alumna de la escuela Mudra. Palacios trabajó durante cinco años con ella y conoció 18 países africanos.
Gracias a eso y a las enseñanzas de Tassembedo, finalmente tuvo una guía que lo formó en la técnica y la filosofía de la danza africana, entendiendo que estos bailes, y los afrocolombianos, podían hablar de una contemporaneidad desde lo que son y comunicarse con otras técnicas sin perder esos conocimientos propios.
“Hay que poder regresar al pasado, al origen, no por nostalgia, sino porque allí encontramos la clave de lo que somos, de cómo nuestros ancestros construyeron unas manifestaciones artísticas en las que pusieron lo que ellos eran, lo que hacían para salvar sus vidas y encontraban un lugar para narrar su propia historia”, opina Palacios.
Por eso, cuando regresó a Colombia fundó, hace 25 años, su propia compañía de danza bajo el nombre de Sankofa Danzafro, teniendo como inspiración la palabra africana ‘sankofa’ “que significa regresar a la raíz» y que según Palacios tiene como filosofía «conocer el pasado, comprender el presente y poder avanzar con pasos firmes hacia el futuro”.
Con esta agrupación quiso crear un lugar en donde se estudiara, investigara y se hiciera difusión de la cultura afro, porque considera que se debe “examinar la danza en un contexto real, que permita demostrarle al mundo quiénes somos, las condiciones de opresión en las que vivimos y sobre todo las luchas de existencia y resistencia que hemos dado en la vida en general y también a través de la danza”, comenta.
Es por eso que Sankofa tiene prácticamente como slogan la frase “bailamos más que para ser vistos para ser escuchados”, porque por medio de sus movimientos y coreografías expresan sus pensamientos sobre el racismo y sobre el deseo de “reclamara la humanidad” de las comunidades afro.
“Mi voz se ha hecho más sonora desde que bailo, porque en el escenario nos presentamos de manera digna, contando nuestra historia. Es un espacio donde hay una práctica artística, pero también es un lugar para reflexionar sobre lo que sucede en nuestro territorio, resignificar, visibilizar, enaltecer, compartir y valorar lo nuestro y de allí partir para construir”, opina Yndira Perea Cuesta, bailarina y cofundadora de Sankofa.
Con obras como La ciudad de los otros, por ejemplo, celebraron los 159 años de la abolición de la esclavitud, pero en vez de remontarse a la época colonial con los látigos y los castigos, buscaron visibilizar cómo en la actualidad, en Colombia y el mundo, la esclavitud no ha terminado, sino que solo se ha transformado.
En otra de sus obras, Fecha límite, hacen una puesta en escena del currulao, en donde en vez de bailar con trajes blancos, sonrisas y flores en la cabeza, portan máscaras de balas y trajes negros, demostrando su luto, “porque en los territorios la comunidad negra es desplazada, para quitarles la tierra y hacer minería ilegal”.
“Cada una de las piezas de baile delata la injusticia y el racismo, pero también invitan al público a que piense, se dé cuenta y sean conscientes de que los problemas que recaen sobre los afros no deben ser solucionado solo por nosotros, ya que es un problema social que enferma a la sociedad en general y por lo tanto tiene que ser atendido por todos”, explica Palacios, quien a través de los años entendió que el baile también es un acto político.