La Red de Ciudadanos Científicos ha instalado 400 sensores (300 en casas y 100 en bicicletas) para que habitantes del Valle de Aburrá apoyen en las labores de monitoreo del aire de la región. Don Juan Manuel es uno de ellos y encontró una segunda pasión como ciudadano comprometido. ¡Conoce su historia!
A Juan Manuel Acevedo, de 72 años, le interesaba el cuidado de medioambiente décadas antes de que este fuera un tema clave en las discusiones internacionales y de políticas públicas. Era 1964 y estudiaba Ingeniería Civil en la Universidad Nacional (sede Medellín), cuando un profesor empezó a hablar de cómo se estaba acuñando un término en inglés: air pollution, que se traduce en ‘contaminación del aire’.
Más de 50 años después, y cuando la contaminación ambiental es, o intenta ser, una prioridad en la discusión pública, Juan Manuel sigue preocupado sobre cómo, desde su quehacer diario, puede aportar al cuidado del planeta. Y desde hace cerca de cinco años encontró, en la Red de Ciudadanos Científicos del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, una alternativa para hacerlo.
Como miembro de esta red, que fue creada en 2015, Juan Manuel aporta al monitoreo diario de la calidad del aire en el Valle de Aburrá, particularmente desde su casa en Envigado (en el sur del área metropolitana). Para tal fin, permitió la instalación de una nube en el balcón de su casa que, conectada a internet, reporta cada día la cantidad de material particulado que hay en el aire.
La rutina de un ciudadano científico
“Fue a través de una hija mía, que fue ciudadana científica antes que yo, que llegué a la red. Cada año se reúnen una o dos veces y, en una de esas, ella me dijo: ‘papi, vaya por mí’. Al ver lo que hacían, les comenté que yo quería hacer parte”, cuenta Juan Manuel.
Ese interés, explica, nació porque se dio cuenta de que se trata de un sistema de alertas tempranas que «pisa» la conciencia de la gente. A raíz de lo que hacen, se pueden anunciar las emergencias ambientales.
“Y me encariñé con el proyecto. Me gusta, por ejemplo, comparar la calidad del aire en mi cuadra y ver cómo varía con las de los vecinos”, cuenta.
Como si fuera un profesor dictando clase, al contar en qué consiste el trabajo que hace como ciudadano científico del Valle de Aburrá, Juan Manuel primero se toma unos minutos para explicar cómo se mide la contaminación ambiental.
Una de las medidas más importantes para calcularla, indica, es la concentración de partículas menores de 2,5 PM. Una de estas mide una milésima de milímetro, es decir, que es tan pequeña “que flota en el aire y, al respirar, se introduce en los pulmones”, y puede obstruir el paso del aire y causar enfermedades relacionadas con la respiración.
Su trabajo, entonces, es monitorear con frecuencia el sensor que está en su balcón a través de su celular y reportar lo que ve: “mi tarea es vigilar que funcione permanentemente. Cuando me levanto, miro que lo esté haciendo y, si no lo hace, notifico al SIATA (Sistema de Alerta Temprana de Medellín y el Valle de Aburrá)”. Porque si los sensores dejan de trabajar, se pierde la capacidad de hacer seguimiento a la calidad del aire en los 10 municipios del área metropolitana.
Por el propósito de vivir mejor
Hay mucho de su formación como ingeniero y de una curiosidad innata, detrás de la decisión de Juan Manuel para ser un ciudadano científico. Lo anterior, también lo lleva a hablar de distintos temas sobre los que le gusta leer, relacionados con la generación sostenible de energía. Sin embargo, hay una razón más profunda: un deseo por sentir que aporta a que el mundo sea un lugar habitable.
Luego de esa explicación, Juan Manuel llega al porqué participa en la red: “La importancia de ser nosotros ciudadanos científicos es que, con permitir que esas nubes se instalen en nuestras casas para medir por todo el Valle de Aburrá la concentración de partículas, estamos colaborando enormemente al cuidado de las personas. Porque es imposible para una administración tener por sí misma 400 estaciones”.
“Esa decisión”, asevera, excusándose por hablar en primera persona, “nace de que yo no pienso como otros que dicen que pueden hacer nada para que esto mejore. Yo sí puedo hacer algo. Y apoyar este programa sirve para que se tomen medidas. Yo no acostumbro a no tomar acción cuando sé que puedo hacerlo. Cuando veo algo injusto, actúo”.
Esa misma necesidad de aportar para que se controle la contaminación ambiental lo ha llevado, por ejemplo, a proponer en el edificio donde vive que todos los parqueaderos se adapten para carros eléctricos.
Sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, insiste en que “es una colaboración callada de los 400 que hacemos parte del programa”. A la larga, concluye, se trata de que más allá del reconocimiento, “nos unamos todos independiente de la condición personal, política, religiosa o de cualquier otra índole, y tratemos de que este mundo sea mejor. Y creo que a través del SIATA y de estas estaciones aportamos a ese propósito común de vivir mejor”.