Se trata del lorito de Fuertes, una especie de ave endémica y escasa que viven en los bosques altoandinos colombianos. Pasó de considerarse extinta a estar en peligro crítico. La Fundación Vida Silvestre trabaja hace 7 años en su conversación.
Un 15 mayo de 2015 en la finca Cortaderal, en Santa Rosa de Cabal (Risaralda), un grupo de amigos pajareros vio al lorito de Fuertes por primera vez después de mucho tiempo, el suficiente para que la especie se creyera extinta.
Ese día, el bosque reposaba inmerso en un silencio circundante, y las ramas de los árboles tronaban bajo los pies de quienes avanzaban selva adentro, despacio, con cámaras y binoculares enganchados en el cuello. Aunque todo el día estuvieron a la espera de un leve canto, o de un aleteo en las copas de los árboles, no fue sino hasta el final de la jornada cuando ocho loros decidieron mostrarse, enigmáticos.
Los identificaron por el característico ‘sombrerito’ de plumas azules que parecen llevar en la cabeza. Y también por su tipo de canto: un grito intermitente, medio pueril, que atrajo la atención de Juan Carlos Noreña, hoy director de la Fundación Vida Silvestre, quien ya lo había visto un año atrás, cuando un amigo suyo realizó una fotografía que evidenció la presencia del ave en Risaralda.
Juan es biólogo marino de profesión con estudios en biología molecular, pero se ha dedicado a la observación y conservación de aves.
Lo hace sembrando sentido de pertenencia hacia las especies en la cultura ciudadana de la población risaraldense, tierra que desea se convierta un modelo de conservación de la biodiversidad para el mundo. Por eso ha iniciado un par de proyectos que no implican trabajar con la especie directamente, sino sembrar su importancia en el imaginario colectivo.
En Pereira, por ejemplo, logró impulsar la aparición de varias especies de aves insignias del departamento en las góndolas del megacable.
Desde 2019, el lorito de Fuertes (Hapalopsittaca fuertesi) es el ave emblemática del municipio de Santa Rosa de Cabal, una de las cuatro zonas de los andes centrales donde tiene presencia. Dada su escasez poblacional, se tiene muy poca información sobre sus hábitos alimenticios y su rango de distribución tan pequeño.
Eso sí, los cuatro años de investigación que la Fundación Vida Silvestre ha dedicado a esta especie ya han dado frutos. Ahora se sabe qué tipo de plantas come y en cuáles zonas también tiene presencia, además de Santa Rosa de Cabal, como en Anaime y Toche (Tolima), y Génova (Quindío)
“La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) quitó la especie de peligro crítico y la subió a la categoría de peligro, porque notaron un incremento en la población de 250 a 300 individuos. Para mí eso sigue siendo poco. Y es riesgoso porque las cuatro poblaciones de este loro que tenemos en Colombia están aisladas”, comenta Noreña. Según él, en Santa Rosa lo máximo que han visto son grupos de 24 individuos, pero no se tiene certeza de que interactúen con los grupos aledaños. Eso genera endogamia y hace que, al reproducirse, se debilite la genética.
La especie se considera escasa, precisamente, porque no es seguro encontrarla en grupos tan grandes todo el tiempo. Y también porque su localización a una altura entre los 2.900 y 3.200 metros sobre el nivel del mar en los bosques altoandinos dificulta su monitoreo. Una de las soluciones que propone Juan Carlos es generar un intercambio entre poblaciones para enriquecer la genética. “Nosotros asumimos que no se comunican entre sí porque están muy fragmentados los ecosistemas”, agrega.
Gracias a los trabajos de campo, la Fundación Vida Silvestre logró descifrar, con ayuda de botánicos, los tres tipos de plantas que hacen parte de la dieta de esta ave: bejuco colorado, arrayán y muérdago, una planta semiparasitaria hospedada en 13 especies de árboles presentes en la finca Cortaderal.
Es por eso que la deforestación es una de las prácticas que más afecta a la especie: sin árboles no tienen comida, ni tampoco donde hacer sus nidos. De hecho, como en Santa Rosa el problema de la tala de árboles es tan notable, Juan Carlos creó un vivero en una finca de su propiedad donde cultiva las plantas que come el lorito para luego sembrarlas en el terreno.
“En Colombia se habla de programas de reforestación de millones de árboles, pero es importante tener conciencia de qué es lo que vamos a sembrar. Hay especies de árboles que no corresponde a cierto territorio y podrían traer más desventajas que beneficios”, explica el biólogo, cuyo trabajo ya puede dar suficientes luces de cuáles serían los tipos de plantas a sembrar en Santa Rosa para evitar, en un futuro, que el hábitat se siga reduciendo como consecuencia de la expansión de sistemas productivos tradicionales, generadoras de potreros.
“Nosotros también queremos que el loro tenga mayores y mejores oportunidades de anidación, por lo que hemos instalado 50 nidos artificiales fabricados con canutos de guadua en los árboles”, agrega.
La Fundación Vida Silvestre cuenta con tres integrantes: la bióloga María Clara Díaz González (Colombia), el ingeniero agrónomo Eduardo Soler García (España) y Juan Carlos Noreña (Colombia).
El tamaño del ave no supera los 23 centímetros, pero su importancia para la biodiversidad colombiana es tal que el equipo fue invitado a participar en el X Congreso Internacional de Loros y Papagayos en Islas Canarias, España, que se llevará a cabo del 26 al 29 de septiembre del presente año.
Allí hablarán de sus hallazgos y contribuciones más relevantes en estos últimos años tanto con el Lorito de Fuertes como con el Loro Orejiamarillo, una especie de ave presente en las zonas de Colombia con mayor población de palma de cera, también amenazada por la destrucción de sus hábitats naturales.
Risaralda alberga alrededor de 900 especies de aves de las 1954 que posee Colombia. Desde 2018, Juan Carlos optó por impulsar la instalación de unas placas en las calles para que la ciudadanía tenga acceso a información científica sobre el ave; que recuerde su presencia en el territorio. La idea, cuenta Noreña, es declarar un ave emblemática en cada uno de los 14 municipios; lograr que toda La Perla de Otún sea un departamento que suene a conservación y biodiversidad.