En el barrio Alfonso Gómez, de la ciudad de Cúcuta, un grupo de mujeres migrantes teje y borda sus historias en un libro textil que les permite reconciliarse con su pasado y transformar la perspectiva de su presente.
Sandra Corona nació en 1976 en Punto Fijo, una pequeña ciudad costera en el estado Falcón y uno de los lugares más al norte de Venezuela.
Recuerda que de niña solía sentarse en la acera de enfrente de su casa, donde por las tardes salía una amiga y vecina de su mamá. Ella se posaba sobre una mecedora, comenzaba a tejer y Sandra, curiosa, miraba con atención.
Ese, cuenta, fue su primer acercamiento al tejido. Y, aunque a partir de esa hábil indagación infantil aprendió a tejer una que otra cosa, tres décadas después y más de 700 kilómetros al suroccidente consolidó su destreza con los hilos y las agujas.
El 12 de mayo del 2017, pocas semanas luego de su cumpleaños número 41, Sandra tuvo que abandonar su tierra y emprender un incierto camino hacia Cúcuta.
Según Migración Colombia, son 1.818.817 las personas venezolanas que llegaron a Colombia entre el 2014 y agosto de 2021, en una migración masiva causada por la situación política, social y económica del país vecino.
Salió de su tierra solo con “la tristeza en el alma y la soledad que traía en la maleta, porque estaba dejando todo atrás”, dice. Además, lo hizo detrás de una promesa de trabajo en un restaurante que al final resultó falsa.
No tenía dinero, no conocía a nadie y de Cúcuta solo había escuchado a través de los relatos de los comerciantes que llegaban a su pueblo.
Aun hoy, cinco años después, no termina de adaptarse pues dice que la comida, la cultura, las tradiciones, la manera de ser de las personas e incluso las palabras son muy distintas a las de su ciudad natal.
Sin embargo, en octubre del año pasado, ocurrió lo que ella llama una ‘bendición’.
Memorias Textiles desde la Frontera
A mediados del 2020 Sandra dejó el barrio Antonia Santos, al que inicialmente había llegado y se mudó al Alfonso Gómez, donde hoy vive con su esposo e hijo, quien, según ella, fue el que le dio la fuerza para seguir andando en medio de la incertidumbre.
Allá conoció el proyecto de Memorias Textiles desde la Frontera, que creó la Fundación Moiras, una organización integrada por mujeres que trabajan, desde el 2020, en la construcción de memoria histórica a través del tejido.
La iniciativa, cuenta Andrea Quiñones, cofundadora y directora de la Fundación Moiras, es un libro que reconstruye las historias, crudas y sufridas, de poco menos de 30 mujeres migrantes en su paso por la frontera.
“Los textiles, que están muy ligados a lo femenino, narran y han narrado en el país muchas cosas que los testimonios, los audios y otras cosas no han logrado. Cuentan desde el silencio, invitan a la reflexión desde la paciencia, conectan lo íntimo con lo público. En el tejido hay una enorme potencia poco reconocida”.
El proyecto, que surgió en el marco de una beca del Ministerio de Cultura, reúne a las mujeres migrantes una vez a la semana en talleres de tejido y bordado. Las primeras sesiones fueron dedicadas a la formación de aquellas sin experiencia, como Sandra.
“Allá fue que aprendí, con los profes Andrea, Sandra y Esteban, la técnica: que si punto aquí, que si punto allá, que si alto, que si bajo, los nombres de los hilos, las agujas que se necesitan.”
Luego de esa formación inicial, las mujeres escribieron sus historias y se les pidió que realizaran un boceto que condensara esa historia o una parte de ella. Después, con la ayuda de una artista local, se tradujeron en plantillas para que las mujeres bordaran ambas cosas: el dibujo y sus historias en palabras. El objetivo es compilar los bordados en un libro textil que todavía está en construcción.
Memorias bordadas en un libro
Cuenta Sandra que cuando entró al curso, pensó que sería uno de tejido común: “Jamás pensé que me iba a tocar las fibras que me tocó, hacerme recordar tanto lo que viví desde los ocho años. Me llevó a mi pasado y fue muy duro, pero fue demasiado bonito también.”
Y es que, para Andrea, la activación de esas memorias es un proceso fundamental de sanación y de reconciliación con el pasado. Dice que recuperar y reconocer las memorias, mirarlas a la cara y abrazarlas, permite llevar una relación más afectiva con el presente “que, como el tejido, se construye puntada a puntada.”
Sandra, por su parte, lo confirma: “Nunca me imaginé que uno pudiera a través de un bordado transmitir y plasmar sus sentimientos. Usted no se imagina lo que uno siente, de verdad que es demasiado bonito, no tiene comparación”.
De acuerdo con Sandra, la experiencia fue transformadora pues pudo contar su historia, esa que le pesaba en el alma, le quitaba el sueño y le dolía. Tanto así que tejer le hizo olvidar el rencor que sentía hacia quien la engañó para llegar a Cúcuta.
Además, las mujeres que participan en el proyecto formaron estrechos lazos que Sandra denomina ‘de hermandad’. “Nos reconocimos en el sufrimiento y en el dolor de cada una, y nos saludamos. Ahora estamos muy pendientes la una de la otra, cómo va la situación, estamos ahí para ayudarnos”.
Cuando terminen el libro tienen pensado articular esfuerzos con Isabel González, una investigadora de Medellín, que ha trabajado en la documentación de narrativas textiles en el país. Con ella han conversado sobre la posibilidad de crear una biblioteca textil itinerante, con otros proyectos similares, como el de un colectivo en Zapatoca, Santander, que hace poesía tejida.
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