Conozca cómo esta finca ganadera, en San José del Guaviare, se convirtió en una reserva natural en la que se reforestaron 45.5 hectáreas de pastizales. Hoy, sus dueños capacitan a otros líderes para que puedan replicar su ejemplo de conservación ambiental.
La ganadería es la principal actividad económica de Guaviare. Según un censo del Instituto Colombiano Agropecuario de 2019, el departamento registraba una población bovina de más de 484 mil cabezas de ganado, que ocupaban casi 445 mil hectáreas de pastizales que antes eran bosque natural.
Los campesinos del departamento reconocen que el sistema ganadero en Guaviare suele ser mucho más ‘depredador’ que en otras zonas de Colombia. Allí, según la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y Oriente amazónico (CDA) cada cabeza bovina requiere de una hectárea de tierra, que en Guaviare suele ser mucho más apta para esta actividad que para agrícola, debido a su alta acidez y el exceso de aluminio.
Sin embargo, tener unas cuantas cabezas de ganado no es suficiente para quien desee subsistir con esta actividad. Se necesitan más vacas y, por lo tanto, talar más bosques para poder extender los potreros.
Jairo Sedano es un campesino de 59 años que tuvo a su cargo 65 reses en su finca ‘La Pedrera’, hace más de 30 años. Recuerda que llegó, como muchos otros colonos, «con la mera mochila y sus abarcas», entusiasmado porque le decían que en esas tierras se podía hacer plata rápido con el negocio de la coca.
“Soy santandereano, de familia campesina. Llegué a Guaviare de andariego, a raspar coca de cultivo en cultivo. El sistema cocalero era gigante. Todo el mundo andaba empistolado en San José, y había escasamente unos diez policías. El municipio era pequeño y polvoriento”, recuerda Sedano, quien luego de ser ‘raspachín’ pasó a trabajar con la alcaldía y, después, montó un taller de ornamentación.
Aunque dice que le fue bien con este último negocio, su sueño era convertirse en un ganadero respetado. Por eso compró la finca, donde comenzó a talar y quemar la vegetación, algo de lo que hoy se arrepiente.
En los últimos años, la pregunta por cómo hacerle frente a la deforestación, causada por ganadería extensiva, cultivos ilícitos, apropiación de baldíos, construcción de vías o incendios, ha sido el núcleo de las discusiones ambientales que se dan alrededor de la región amazónica, sobre todo ante el aumento alarmante de las cifras: en 2014 se arrasaron 6.892 hectáreas de bosque; en 2017 el número aumentó a 38.221, según reportes del Ideam.
Jairo alcanzó a socolar con machete y hacha 45.5 hectáreas de bosque en su finca, ubicada a 7 kilómetros de San José, para poder criar, levantar y cebar su ganado. Recuerda que un día las vacas se metieron al cultivo de plátano y, ante la frustración, decidió que las vendería. Luego de eso, en 2009, comenzó a interesarse por las charlas que dictaba Resnatur sobre conservación ambiental. “Siendo ganadero uno no ve la naturaleza, lo destruimos todo para convertirlo en potreros. El ganadero no quiere ver otra vegetación diferente al pasto”, cuenta.
La familia cambió el nombre de la finca ‘La pedrera’ por ‘Reserva Natural el Diamante de las Aguas’, ya que uno de los pilares del lugar es la protección del recurso hídrico pues, pese a que Colombia es uno de los cinco países con mayor cantidad del mismo en el mundo, las actividades de minería ilegal en los ríos amenazan la calidad del agua, la salud humana y la supervivencia de las especies. En los ríos Caquetá, Guaviare, Putumayo, Puré e Inirida, por ejemplo, es común encontrar áreas contaminadas por mercurio a raíz de la extracción de oro de aluvión, según el Observatorio de Mercurio de WWF.
En Guaviare, Jairo aún ve cómo los ecosistemas se degradan pese a que, en papel, la Ley 2ª de 1959 establece que el territorio es declarado “zona de reserva forestal protectora o bosque de interés general”. Y también que el Instituto Geográfico Agustín Codazzi determinó que el 63% del departamento tendría que ser preservado teniendo en cuenta los millones de hectáreas que suman las zonas de reserva forestal, los Parques Naturales y los resguardos indígenas.
“Uno debería forjarse ideas de ser el mejor en la conservación, no el mejor ganadero. Hace años mis caños no tenían ni rondas hídricas (zonas o franjas de terreno aledañas a los cuerpos de agua que permiten el normal funcionamiento de las dinámicas hidrológicas, geomorfológicas y ecosistémicas propias de esos cuerpos); ahora tienen rondas de hasta 200 y 300 metros”, menciona Sedano, quien todos los días ve, desde su rancho, los frutos de su esfuerzo reflejados en la frondosidad del bosque y la pureza del agua.
Además de lograr reforestar 45.5 hectáreas de pastizales, Jairo tiene 17 cajones para apicultura con abejas nativas de la Amazonía colombiana, como las angelitas, trigonas y boca de sapo, y también cuentan con un mariposario.
Las 69 especies de aves que tienen caracterizadas en la reserva explica que trabajan como dispersores naturales de semillas. Hoy se ríe al recordar que, cuando era ganadero, veía a las aves y los mamíferos como plagas o comida “Afortunadamente el espíritu de la naturaleza me puso aquí para ser un ejemplo de conservación”, comenta Jairo, quien también hace parte de la Red de Veeduría Ciudadana Guaviare en Paz.
Actualmente en la Reserva Natural El Diamante de las Aguas se dictan capacitaciones sobre conservación y veeduría ambiental a niños, jóvenes y líderes sociales. Hasta el momento llevan 80 personas capacitadas, pero la meta son 140. Los adultos reciben un certificado del diplomado gracias a su alianza con USAID y la Universidad del Bosque, que también envía expertos a la reserva para estudiar la riqueza del lugar. Los niños, por su parte, participan en jornadas de expediciones científicas y reconocimiento de fauna y flora local.
Según un informe de USAID, se estima que la ganadería genera más de 5.000 empleos en Guaviare. Suponiendo que esa cantidad de personas lograran, como Jairo, reforestar 45 hectáreas de pastizales cada uno, se alcanzaría un total de 225 mil hectáreas reforestadas, una cifra considerablemente alta teniendo en cuenta que, de 2016 a 2021, en el departamento se perdieron 130 mil hectáreas de bosque.
Su intención con estos talleres y demás jornadas ambientales, además de querer inspirar a otros con su exitoso caso de reforestación, es demostrarles a las personas que volcarse a la conservación paga. «Necesitamos que las personas lleguen a este diamante de aguas para que vean que la conservación no es con plata, es con el corazón”, agrega el ex ganadero que, a futuro, espera construir un vivero de plantas nativas de la Serranía de la Lindosa –que queda cerca de la reserva-, y un hogar de paso de animales silvestres.